Un buen día la razón de estado mandó a
la infanta Cristina a Barcelona a trabajar, o a figurar, (dificil para un jefe
hacer trabajar o echar una bronca, a alguien que tiene que llamar “alteza”)
para la institución más importante de Cataluña después del Barca: “la Caixa”.
No la pusieron con dineros, sino a gestionar cosas culturales, (algo debería
habérsele pegado de su corta vida pasada, al inaugurar tantas exposiciones y
entregar tantos premios).
No tengo ninguna duda de que en la política
matrimonial de la casa real, Cristina de Borbón estaba destinada a casarse con
un catalán, por eso de apretar lazos con esa a veces tan díscola parte de
España (si me lo permiten: es lo que pienso). Pero se rizó el rizo: apareció un
catalán de residencia y vasco de
apellido. Deportista de élite, que se ganaba bien la vida, jugador del
Barcelona -la más importante institución catalana-. De la sección de balonmano: dos metros de
músculo y mucha personalidad. Un chollo: atamos a vascos y a catalanes en la misma
boda.
Pero ya debía de haber resultado un poco
sospechoso que el balonmanista abandonara a su novia de toda la vida al
cruzársele una princesa. ¿Como llegó a conocerla y a solaparla con la otra? No
creo que Cristina fuera como una Kamikaze. Uno no se explica como alguien puede
llegar a la intimidad de echarse una novia que tiene dos o tres guardaespaldas
permanentemente a su alrededor, cómo pueden conocerse dos personas, sin
libertad ni intimidad para confrontar opiniones, ¿qué ideas, qué planes de vida
pueden trazar mientras los hombres del pinganillo están mirando a todos lados?.
Cuan inverosímil me resulta el primer beso: solicitado, permitido por la
autoridad, planificado, por escrito..., ¿con conocimiento del previo del jefe
de los guardaespaldas, esto es del Ministro del interior? ¿Habría algún
achuchón prematrimonial? Los guardaespaldas ¿podrían dejarles encerrarse en una
habitación sin hacer dejación de
funciones? Qué vida más cuadriculada la de princesa ¿verdad?
El caso es que se casó en Barcelona con parte
de la ceremonia en catalán y otra en vasco. Dirigidos por Pilar Miró. (Yo no lo
vi, pero algún resumen me habrá llegado)
¿Qué le quedaba a la infanta sino convertirse
en una paridora real? Una reproductora de aristócratas con el indudable pedigrí
físico de un balonmanista de élite y la azulada sangre de nietos del rey más
querido y campechano (hasta hace un año). Creo que los Urdangarín-Borbón han
traído al mundo cuatro hijos, suponemos que bien educados, con muchos idiomas y
entrenados bailarines de valses, destinados a introducirse en las fiestas de la
realeza. Cualquiera de ellos o ellas podría haber hecho un príncipe o una
princesa consorte de alguna casa real europea. Cuanta más producción más
posibilidades.
Pero ahora tras el fiasco de sus padres ya
sólo podrán arrastrar el nombre de nietos del rey por los platós de televisión,
de la misma innoble manera que lo hacen algunos nietos de Franco.
Qué pensará Cristina, marginada del proceso
judicial, porque se entiende que el tipo parásito de Infanta, en una casa donde
el trabajo siempre se lo dieron hecho, ya bastante tenía con parir cuatro
hijos, para pensar que se metía en
dibujos y reuniones de esas de “pasar el cazo”. Yo no la veo, el Juez no la
ve..., pero vete tú a saber. Ni siquiera el duque empalmado se atrevía a hacer
aquello sólo. Pringó y el nombre Urdangarín ya es un apestado social, aunque
salga absuelto, (que me lo temo).
¡Pobres sus principitos!, ya no van a poder
vivir del cuento.
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