Con toda justicia, por su interés y su
gracia, tienen actualmente mucho éxito en la radio y también en las librerías.
A todos nos gusta descubrir nuestras
raíces más próximas: esa racionalidad o
irracionalidad que arrastramos sin saber por qué, pero que al final terminamos
asumiendo como identidad.
He tenido la suerte de pillar a un euro estos
libros de Fernando Díaz-Plaja. Fueron editados en los años 60 y 70 y son un
producto que mezcla muy bien erudición y humor, sociología e historia,
literatura culta y popular todo con amenidad y oficio.
El último que he leído es El español y los siete pecados capitales,
que está considerado un clásico de este género y fue escrito desde la distancia de Estados
Unidos; mi edición es de 1969.
Seguramente el hecho de tocar los 7 (lujuria incluida) hizo que en el
tardofranquismo se tomara por el público con interés: tan vedado estaba el tema
por entonces.
El libro se lee muy bien y uno se ríe mucho.
Y es que hemos cambiado relativamente poco. (Esta es una conclusión que me
parece del viejo que estoy empezando a ser). Creo que todas las personas de
18 a 25 parece que descubren la pólvora y van a revolucionar el mundo, pero poco a
poco nos vamos amoldando a la sociedad y al final, como sucede con nuestras
caras, nos parecemos enormemente a nuestros padres. No estoy negando el
progreso ni la evolución: tan sólo constato que al final terminamos pisando los
pasos más hollados con nostalgia e identificación con nuestros ancestros “qué
razón tenían en algunas cosas”.
En esto de los pecados no hemos cambiado casi nada. La gula antes era una necesidad, hoy es un contratiempo estético y de salud, pero permanece, la gente habla, y no para, de las comilonas que se pega en los restaurantes, y de lo “especial” que es para elegir los ingredientes. La envidia permanece inalterada, aunque se enmascara más. La pereza ahí la tenemos. La ira física no es de buen gusto y no se admite la violencia como algo tan natural como en el año 69 tan sólo a 30 del final de la guerra violenta que entronizó un régimen asentado en aquella ira y la venganza, pero en las discusiones de tráfico se nos sigue viendo el pelo de la dehesa.
La soberbia es una de las tías de esta crisis económica española.
En esto de los pecados no hemos cambiado casi nada. La gula antes era una necesidad, hoy es un contratiempo estético y de salud, pero permanece, la gente habla, y no para, de las comilonas que se pega en los restaurantes, y de lo “especial” que es para elegir los ingredientes. La envidia permanece inalterada, aunque se enmascara más. La pereza ahí la tenemos. La ira física no es de buen gusto y no se admite la violencia como algo tan natural como en el año 69 tan sólo a 30 del final de la guerra violenta que entronizó un régimen asentado en aquella ira y la venganza, pero en las discusiones de tráfico se nos sigue viendo el pelo de la dehesa.
La soberbia es una de las tías de esta crisis económica española.
Pareciera que la lujuria que nos pinta Díaz-
Plaja, Fernando (preciso, porque existe un hermano Guillermo) ha sido lo que más
ha cambiado respecto del libro, pero tenorios burladores, computadores de
conquistas, haylos. Cierto es que ahora ha aflorado la homosexualidad en
porcentaje destacado en nuestra sociedad, y que la honra dista de ser lo que
más aprecia una mujer o una familia. Como botón de muestra, tenemos una
princesa de “segunda mano” en lo sexual, y hoy pocas solteras de más de 40 años
no dejan de bromear con el sexo, haciéndonos notar que tienen experiencia y que
–por supuesto- no se han estado chupando el dedo en sus años pasados. Pero
aunque parece que todo se hubiera dado la vuelta como un calcetín sigue
quedando, -a medida que me hago viejo lo siento más- el rescoldo tradicional.
Concluyendo con la lujuria: aquí en España somos cada vez menos machotes y
nunca lo fuimos tanto.
En mi familia, sobre todo por parte de mi hija,
seguimos consumiendo a Nieves Concostrina que es la Fernanda Diaz-Plaja de
ahora, a Pancracio Celdrán y los libros de este género que caigan en mi mano a un euro, que son como un
menú-degustación de lo más entretenido de la historia.
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