A ese hombre de la gancha que fue mi abuelo Baldomero Garcinuño Zazo, aunque
votó al Frente Popular, le tocó hacer la
guerra con los nacionales y la terminó en Barcelona. Se enamoró de la ciudad de
tal manera que dijo que si algún día se perdía, que le buscaran allí.
Nosotros viajamos a Barcelona en el
verano de 2008 y también nos enamoramos. Es el viaje más importante que hemos
hecho. En ningún sitio hemos veraneado ocho días seguidos y de ninguna parte
nos hemos vuelto con la sensación de que nos quedaban tantas cosas por ver.
Siento no poder enseñaros fotos porque ahora los señores de blogger me lo ponen
muy difícil, pero creed que mí cámara y la de mi hija se enamoraron de
Barcelona hasta el punto de agotar sus tarjetas de memoria.
(Recordando
en el anterior costoso sistema de carretes, pensé y proclamé que seguramente la
cámara digital la inventó algún japonés, viendo que no hacía más que comprar y
quemar carretes en una ciudad tan agradecida para la vista.)
Hace una semana compré el libro de Josep Plá Barcelona,
una discusión entrañable y ya veis que no he tardado en leérmelo. Plá se
revela como un urbanista muy crítico, por ejemplo, del Eixample, del
ensanche cuadriculado que surgió a finales del XIX que a mí y a mi cámara nos
encantó, porque lo que para Plá eran novedades superfluas que pretenciosamente
querían ser París sin lograrlo, para nosotros aquellos balcones, hierros y
decoraciones eran bellezas consolidadas por el tiempo y nos resultaron tan
venerables que si terminábamos por bajar la vista era sólo por dolor de cuello.
Josep Plá escribe muy claro y
bastante gracioso y con su insobornable personalidad nos regala este extraño
elogio barcelonés, cuya copia dedico a unos conocidos y declarados seguidores (empedernidos fumadores) llamados
Tomás, Pablo y Javier, que si lo estuvieran dejando les rogaría en nombre de la
Razón verdadera que no leyeran lo que a continuación sigue: el régimen
metereológico dominante en Barcelona, como en todo el levante peninsular, hasta
el cabo de Tossa, sometido al clima africano con vientos del sur, jaloques y
ábregos, que transportan un elevado grado de humedad, hace que en Barcelona el
tabaco sea magnífico, que el lugar sea adecuadísimo para fumar. Todo lo
contrario de Madrid donde la altura de la ciudad y la sequedad del aire
cristalino crean un tabaco seco, deshojado, desprovisto de sabores.
No estoy especialmente
enamorado del clima de Barcelona. El grado de humedad que hay en la ciudad
durante casi las dos terceras partes del años no ha sido nunca mi ideal; es un
clima que favorece la jaqueca, el dolor de cabeza, el reumatismo, el
entumecimiento del cuerpo, las formas más elementales de la sensualidad. Pero
estos vientos y esta humedad que al anochecer moja las aceras y empaña la luz
de las farolas, mantienen el tabaco en un admirable estado de conservación, de
perfume y sabor. La hoja no se apergamina, ni se agrieta, ni adquiere una
rigidez palpitante. Se mantiene densa, carnosa, hinchada, suave, y su perfume
exhala ese punto de materia en descomposición que en el paladar y en la
pituitaria del fumador no tienen rival. Por aquel entonces los cafés burgueses
de Barcelona desprendían un magnífico olor a puro de La Habana. (...)
El perfume del tabaco de hoja
en Barcelona llega a tener una intensidad tan grande que logra teñir el espacio
de los espectáculos al aire libre, como por ejemplo las tribunas de los campos
de fútbol en los partidos del domingo por la tarde. A menudo lo mejor de esos
partidos es el humo del puro de la Habana que en ellos se respira –esa neblina
azul, suave y aterciopelada (...)
Volviendo a mí, que soy el tema
de todo el blog: no sé si
en la vida que me queda me dará tiempo a ver Roma, París, Londres o Nueva York
(a Viena la tengo muy trillada; nunca me pierdo el documental que ponen en
el intermedio del concierto de año nuevo y es tan preciosérrimo que creo que,
vista al natural, Viena me decepcionaría)
enamoradizo como soy, sospecho que lo haré también si tengo tiempo de
verlas. Pero, de momento, sigo proclamando mi amor por Barcelona.
PD: en el año 93 estuvimos en Lisboa y
también me enamoré de sus hermosuras. No cabe duda de que ir -ya con mi hija y
gozando suplementariamente los reflejos en sus ojos- a Barcelona fue un hecho diferencial para que arraigara
este amor más profundo.
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