Sucedió ayer por la mañana en Béjar. De pronto se paró mi lavadora, que ya tiene números digitales. Traté de engañarla apagando y encendiendo a ver si continuaba. Pensé en una avería, la maldita obsolescencia programada, pero mi mujer comprobó que no había corriente de agua. El aparato es inteligente y exigente.
Sábado antes de la una, muchos establecimientos hosteleros de Béjar y comarca preparan pinchos y menús, todo el mundo cuenta -y yo también- con el infalible agua corriente. No tengo reservas, salvo lo que recogemos de cuando nos duchamos para echar agua sanitaria por los retretes, también en el frigorífico hay como tres botellas de vidrio de 75 centímetros cúbicos a refrescar.
Pero en verano todos necesitamos mucha agua, más que electricidad, y muchísimo más que internet. El agua es uno de los cuatro elementos y en esta estación cobra especial importancia.
Pensamos que sería momentáneo, pero más tarde, después de la vuelta ciclista, ya decidí acercarme a comprar agua. Tan solo adquirí una botella de litro y medio, y por si acaso un refresco de limón de dos litros, y un par de latas de cerveza. Mi fe en que no podía durar mucho más la avería era patente a pesar de que en mi trayecto casi todos los bares estaban cerrados ¿con qué fregar los vasos, platos y cubiertos usados a mediodía? ¿Cómo ofrecer el necesario desbeber, sin agua que lo empuje hacia el río?
Los servicios higiénicos del Mercadona cerrados ostensiblemente "por avería".
Cuando volvía a casa me dije: mañana es domingo, ¿Cómo lo haré con este litro y medio, si no lo arreglan?
Mi fe en el escándalo ya solo por los daños producidos en la tarde, de que esto no podía durar, era grande, pero también arriesgada. Hubiera sido imposible abastecerse de agua en los cuatro o cinco sitios donde venden pan y un poquito de todo para los olvidos.
Cayó la noche. No se puede trabajar. Está todo negro, como mi fe a partir de entonces. Me fui a dormir lavándome los dientes en seco y pensando que mañana tendría que bajar al huerto y subir de mis reservas de riego agua para la cisterna que ya había gastado. Preocupado por mi exceso de confianza, el refresco y la cerveza no deberían haber ocupado mis bolsas y sí más agua.
Menos mal que me despertó el lento rellenado de la cisterna del retrete. Todas las cisternas de Béjar comenzaron a rellenarse a las 12 y pico de la noche, la presión era mínima por la exigente demanda de todas las casas. Aún hoy domingo hay muy poca presión.
¡Vaya resaca!
Doce horas para reflexionar, pasó como el covid. Afortunadamente todo pasa, y, salvo quien haya tenido serios daños y tenga que reclamarlos al seguro o judicialmente, pronto nos olvidaremos de que existieron una tarde-noche: las molestias, la impotencia y la incertidumbre.
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