jueves, 8 de agosto de 2024

La gastronomía.

 Soy un gran comedor y disfruto de ello como si fuera música. No me es permitido, ni por mi figura ni por mi páncreas, abusar (por lo tanto me alejo -o debería alejarme-) de determinados alimentos peligrosos.

Frente a mi casa había un huerto, y hace más de diez años que lo compré poniendo un considerable dinero encima de la mesa, dejándome regatear al alza. Pero estoy orgulloso de mi empeño.

                                                           Flor de calabacín

                         Flor de calabaza.

                                                              


                                                    Pera limonera

               Manzanas reineta  de piel oscura

                            Manzanas reineta de piel clara: en un mes estarán deliciosérrimas


                                                   Otra vista de peras limoneras


Hoy es el espejo de mis deseos. Puedo permitírmelo y gozo de la abundancia de estos alimentos. Es un placer, sobre todo, de viejos; acaso sea un refugio de los demás placeres perdidos o devaluados.

A siete de agosto aún no han madurado los tomates, estoy esperándolos, mientras tanto combino lo que se me ofrece. 








Tengo, tengo, tengo..., otros presumen de su coche o de sus hijos. Perdonad la maldad que siempre es presumir: restregar en los ojos de los pobres la opulencia. Pero es que soy muy rico en alimentos sanos.

Ayer comí los primeros melocotones verdongos del año, su prematuro sabor sin la mitad de los azúcares me volvió a refrendar que estoy vivo.


Aunque preferiría saltar la pértiga como Armand Duplantis, con todo el mundo mirándome lo majo que soy, y lo mucho que me admiran, porque no tienen más remedio, mis competidores. Poder exhibirme porque nadie llega más alto, con esa fuerza y elegancia, como un niño crecido demostrando a toda la humanidad que se podría haber tenido un hijo así de sublime y de majo(1).

Yo me estaba comiendo una tortilla de patata mezclada con calabacín. Complementada con pan, el bendito humilde y barato de la comunión, el que debo administrar su dosis de hidratos de carbono.


(1) Yo me hubiera puesto nervioso y habría saltado antes de tiempo, imposible tener la paciencia de sentir como todo el mundo me mira, de que todo un estadio está esperando mi salto para poder marcharse. Ignoro la marca de esa especie de rodillo con lo que ante todo el mundo se entretuvo a relajar sus lumbares, pero seguro que ayer se agotó en todas las tiendas.

Pero estos pimientos, patatas y berenjenas no pasan por tienda alguna.



Flor de berenjena.


                                                       Otros melocotoncitos


                                    Otras peras, más tardías y todavía más dulces





                                  Recojo un poco cada día, según voy necesitando.

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