viernes, 19 de noviembre de 2021

Los Buddenbrook, una saga maestra.



Las series están de moda y yo no las veo. No pienso pagar por una televisión "de pago". Será que soy ya un viejo cascarrabias que prefiere despreciar lo que ignora, aunque tampoco tengo tiempo. 

Pero yo "he sido de series": cuando había una sola televisión vi "Raíces" con Kunta Kinte, "Hombre rico, hombre pobre" con Falconetti y otras muchas que ahora no se me vienen, pero a las que fui fiel. 

La serie que nunca olvido es "Heimat, nuestra tierra" que ponían subtitulada. No debe estar doblada al castellano porque después la he comprado en DVD y sigue sin ofrecer nuestro idioma como posibilidad. Está en alemán. Esta serie era tan lírica como hondamente humana; mezclaba con mucho acierto el blanco y negro con el color. Años después cuando tuve video pusieron una segunda parte a altísimas horas de la noche, que tengo grabada y vista. 

Sé que en Alemania es algo tan importante y que han seguido  secuelas de la historia con gran éxito. En relación con la cultura alemana, que es absolutamente imbatible en música, resulta bastante postergada en cine, de manera que tenemos en el magín de lo visto "El Hundimiento" "El tambor de Hojajata" y poco más. 

Parece que a Stanley Kubrick le gustó tanto como a mí la magistral primera parte de Heimat. Yo, ahora que he leído esta novela de Thomas Mann, sé que tiene el mismo ritmo de vida ancestral, como la maravillosa película "La Familia" de Ettore Scola. No sé si hay mucha gente joven capaz de leer una obra así. Quizá el pensar que pertenece a lo perdido, a la vida que no volverá, a la ensoñación melancólica, (ahora que lo actual es feo, inconsistente, con fecha próxima de caducidad), me haga refugiarme en estas estéticas lentas, enjundiosas de una raíz que se enreda y emparenta con la mía en arcanos vasos comunicantes.

Los Buddenbrook se escribió en 1901, su autor tenía 26 años y cuando le fue concedido el Nobel de literatura se mencionó esta obra y no la famosa Montaña Mágica, que no tardaré en leer. Apabulla que alguien con 26 años tenga tal hondura en el conocimiento de lo humano y tal genialidad al escribir. La puedo comparar con Cien años de soledad y decir que, además, se entiende mejor. He leído la traducción de Francisco Payarols que me suena muy bien. 

Me pasa demasiadas veces, este blog es testigo de lo enamoradizo que soy de la última literatura que leo y me pregunto ¿Cómo pude haber vivido 57 años sin bañarme en esta obra maestra? ¿Cómo es posible que todo el mundo literario no hable de ella con frecuencia?

Es un clásico, un modelo; aunque nadie sea capaz de hacerlo tan bien, aunque no sea comercial. Yo debería querer escribir así, con esa minuciosidad, con esa capacidad de penetrar en los personajes, con esos detalles que hacen vibrar hacia adentro, en los adentros del cerebro reptiliano, remoto, anterior al Big Bang, hasta el punto de hacer que me apropie de esas evocaciones como si fueran de mi biografía.

Una familia es un conjunto de relatos con los mismos protagonistas. Antes nuestras familias eran largas y se extendían por un pequeño solar que llenaban de mucha historia, hoy todos andamos dispersos y mundanos de horizontes. 

Mi padre ha podido contarme tantas historias del pasado de mi pueblo que lo convirtieron en mi mente un lugar mítico irreal. Hoy que sus calles no soportan nada memorable, son inverosímiles aunque como en la gran literatura, uno hace por darle cuerda a la ensoñación y columpiarse en ella.

Cuando uno se zambulle en una obra maestra, se va a vivir a ella de forma que en un final glorioso se confunde con la propia vida. Es un placer y da un poco de tristeza postcoital cuando se termina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario