viernes, 27 de septiembre de 2019
Lysístrata: el patio de su casa no es particular
Vengo revocado por el Sur, acabo de llegar. Aunque me venís viendo en este blog tan enamorado de las francias catedralicias y su urbanismo dieciochesco; hoy bajé al Sur a por su salero y ese entendimiento que pareciera barato, con sus cuatro palmas certeras y su complicidad envolvente; me enamoró otra vez de un arte racial que quiero creer que es mío y que ellos, los franceses, no tienen.
Hace tiempo que no iba al teatro y sospechaba, sí, que hoy me iba a reír, que la gracia me iba a envolver, pero no tanto, no tantísimo. (Claro, que me han engañado, si llego a saber que son tres hermanas y otra más, hubiera dicho, "sí, al patio de tu casa, que es particular" no hubiera ido, ¡una truppe, pero qué es esto! aunque lo tienen bien camuflado, una se llama Alejandra López y otra Rocío Segovia, pero todas como la directora y adaptadora de la obra llevan en el DNI López Segovia).
Ana López Segovia es una artista conmovedora, sobre todo cuando hace de vieja lo sublima, el gesto justo, y la sabiduría incontestable, una complicidad que suelda la voluntad del público. Aunque bien bordado está todo este espectáculo, con melodías corraleras y percusión esencial, nos montan una fiesta de duende y hondura, y te cuelan un mensaje absolutamente medido, sin una palma de más ni un taconeo de menos, sin vaselina-moralina, ni demagogia, solo con gracia bien plantá; y pasa: creo que se lo tragaría hasta uno de VOX.
Yo, desde la primera fila escuché el chasquido mental de las viejas de la platea, la rotura a buenas horas de un himen de risa estentórea, porque seguro que algunas de ellas nunca se atrevieron a pensarlo hasta hoy, así, una reivindicación de la valía de las mujeres y de su autoestima y autoestímulo que nunca se les pasó por la cabeza de esta ni de otra manera.
Las niñas de Cádiz comadronas de este parto proponen a las viejas de la platea un canto a su libertad y a la apertura sexual, jugando con todo el campo y tirando certeramente dentro de todas las rayas, como si fueran Roger Federer, como si fuera fácil sin salirse a lo soez; seda de cantos, de palmas y de guiños, un cabaret culto y más inteligente de la cuenta, o con eso consiguen embaucarnos, con que somos listos y las seguimos; y eso justifica el encoñamiento. También un chute de españolidad y de Sur de Europa reivindicado, y de arte universal, porque todos los lugares beben de este acento ¡y qué bobo es el que desprecia la pandereta! (aunque el primer desprecio nos venga nada menos que de Antonio Machado).
Pues viva la pandereta en el patio de la casa de las López Segovia. Viva la madre que las parió, y viva el tópico hispano-griego, y el arte popular, la sabiduría trascendente. Y viva la posibilidad, que yo me creo, que alguna octogenaria bejarana se descubra hoy, a pesar estar esperando ya biznietos. Supongo que un sueño de Ana López Segovia, la madre de esta "Lysistrata, 2.500 años no es nada" es que cualquier noche después de su función una señora de alta edad se atreva, con el dedo corazón destacado al Sur, y después de una taquicardia gozosa, llegue a decir ¡eureka!
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