Yo he sido
propietario de tres coches. Los dos primeros fueron de segunda mano y en
ellos me curtí de inquietudes por los anómalos
ruidos y por las chivatas luces que se encendían, y conocí muchos talleres
mecánicos. Los he empujado muchas veces y muchísimas más los he tenido que
arrancar “a tirón”, además, en los sitios más inverosímiles. También tuve que solicitar
una grúa, acortar viajes y, en general, andar inseguro por la vida. Cuando había
una crisis, siempre pensaba si merecería la pena arreglarlos: quizá habría que
darles de baja y comprar otro. Mi coche actual, que compré nuevo, aún no llega a seis años y,
hasta ahora, ha sido como mi
perdida juventud: una gozada vivirlo con
la notable seguridad de que no fallaría y que, si fuera así, merecería la pena
arreglarlo,
Así es la vida,
pero al revés: ahora que me acerco a los cincuenta, y mi cuerpo parece como de
segunda mano, todo son ruidos, señales inquietantes y chasquidos raros,
malestares, inseguridades, facturas por haberle exigido más de lo que ya me
deben mis rodillas, espalda, manos, vista, oídos... Ahora, tener un sueño seguido de
seis horas es un regalo que agradezco cada mes, si -con suerte- me pasa.
Mi cuerpo es lo único
que tengo y parece que siempre me merecerá
la pena arreglarlo, aunque puede que si llego a los 80 y se presenta una
dolorosa e incierta operación (quizá para entonces cara también, porque haya
que pagar la sanidad) decida dejarlo morir y llevar al desguace.
Lo peor es la actual
falta de confianza, de autoestima física: esa tópica sensación de que cualquier
tiempo pasado fue mejor. Recuerdo muy bien el día exacto que empecé a dejar de
sentirme macho dominante; (voy a decir que yo cuando era joven y veía un grupo
de chicas trataba de parecer guapo, miraba y quizá me sentía mirado y me sentía capaz
de responder con poderío, de estar a la altura. Después tuve novia y ya salí de
la competición, al menos en su presencia no podría gallear. -Nunca tuve
pretensión de poner cuernos, sólo de “estar” en el mercado de la atracción-).
El día exacto, sería
por 2004, con aproximadamente cuarenta años, estaba yo paseando por la noche en
Ávila con un amigo; las calles estaban solitarias. De pronto, por la misma
acera se acercaban dos chicas esbeltísimas, con el chándal del equipo de
voleibol de primera división que había por entonces. En ese momento metí tripa,
icé mis hombros, quise sentirme guapo, como un pavo real que muestra sus plumas
cuando está la hembra por allí, pero las chicas pasaron del todo indiferentes a
nosotros. Yo exclamé en voz alta: “en mi vida me he sentido más invisible” Fue mi toma de conciencia inicial, ya no tenía
un físico que pudiera resultar atractivo, competitivo (quizá nunca lo tuve,
pero siempre me ponía en disposición) perdí la fe.
Bueno, pues ahora, las inseguridades se han asentado en el borde de la salud. Sólo confío ya en el atractivo de mi intelecto, quizá por eso escriba este blog,
para seguir intentando sentirme deseable, para seguir galleando. Espero que la decrepitud no esté llegándome también.
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