martes, 10 de junio de 2014

La decrepitud.


Yo he sido propietario de tres coches. Los dos primeros fueron de segunda mano y en ellos  me curtí de inquietudes por los anómalos ruidos y por las chivatas luces que se encendían, y conocí muchos talleres mecánicos. Los he empujado muchas veces y muchísimas más los he tenido que arrancar “a tirón”, además, en los sitios más inverosímiles. También tuve que solicitar una grúa, acortar viajes y, en general, andar inseguro por la vida. Cuando había una crisis, siempre pensaba si merecería la pena arreglarlos: quizá habría que darles de baja y comprar otro. Mi coche actual, que compré nuevo, aún no llega a seis años y, hasta ahora,  ha sido como mi perdida  juventud: una gozada vivirlo con la notable seguridad de que no fallaría y que, si fuera así, merecería la pena arreglarlo,
Así es la vida, pero al revés: ahora que me acerco a los cincuenta, y mi cuerpo parece como de segunda mano, todo son ruidos, señales inquietantes y chasquidos raros, malestares, inseguridades, facturas por haberle exigido más de lo que ya me deben mis rodillas, espalda, manos, vista, oídos... Ahora, tener un sueño seguido de seis horas es un regalo que agradezco cada mes, si -con suerte- me pasa. 
Mi cuerpo es lo único que tengo y  parece que siempre me merecerá la pena arreglarlo, aunque puede que si llego a los 80 y se presenta una dolorosa e incierta operación (quizá para entonces cara también, porque haya que pagar la sanidad) decida dejarlo morir y llevar al desguace.
Lo peor es la actual falta de confianza, de autoestima física: esa tópica sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Recuerdo muy bien el día exacto que empecé a dejar de sentirme macho dominante; (voy a decir que yo cuando era joven y veía un grupo de chicas trataba de parecer guapo, miraba y quizá me sentía mirado y me sentía capaz de responder con poderío, de estar a la altura. Después tuve novia y ya salí de la competición, al menos en su presencia no podría gallear. -Nunca tuve pretensión de poner cuernos, sólo de “estar” en el mercado de la atracción-).
El día exacto, sería por 2004, con aproximadamente cuarenta años, estaba yo paseando por la noche en Ávila con un amigo; las calles estaban solitarias. De pronto, por la misma acera se acercaban dos chicas esbeltísimas, con el chándal del equipo de voleibol de primera división que había por entonces. En ese momento metí tripa, icé mis hombros, quise sentirme guapo, como un pavo real que muestra sus plumas cuando está la hembra por allí, pero las chicas pasaron del todo indiferentes a nosotros. Yo exclamé en voz alta: “en mi vida me he sentido más invisible”  Fue mi toma de conciencia inicial, ya no tenía un físico que pudiera resultar atractivo, competitivo (quizá nunca lo tuve, pero siempre me ponía en disposición) perdí la fe.
Bueno, pues ahora, las inseguridades se han asentado en el borde de la salud. Sólo confío ya en el atractivo de mi intelecto, quizá por eso escriba este blog, para seguir intentando sentirme deseable, para seguir galleando. Espero que la decrepitud no esté llegándome también.

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