Un muchacho provinciano
apellidado Mayo sólo podía tropezar su codo con uno apellidado Frübeck, en la
mili. http://es.wikipedia.org/wiki/Rafael_Fr%C3%BChbeck_de_Burgos
Los dos tratábamos, a mediados
de los 80, de librarnos del año militar por algún defecto físico. Todos los
españoles éramos iguales, de principio, ante el servicio militar y debíamos
padecerlo: lo mismo el hijo de un cantero, que el de un director de orquesta
con amplísimo vuelo internacional.
Yo, casualmente, me había hecho daño en la rodilla al bajar
saltando del remolque de un tractor. Cuando fui al especialista me dijo,
después de mirar la radiografía, que si no había cumplido todavía “la mili” podía alegar el osteocondorma
solitario congénito que aparecía en la placa; que era una causa de exclusión.
Ya un zapatero unos años antes me había dicho, al venderme unos zapatos, que
tenía mucho puente en el pie, lo que se llama el “pie cavo”, y que si lo
alegaba me libraría de la mili. Obviamente le compré los zapatos y, aunque nunca me lo creí demasiado,
añadí en mis alegaciones también esta segunda tara para presentarme a la
revisión médica.
Estoy por asegurar que a
“Frübeck junior” le exploraron deliberadamente (además, alguno de los médicos amigos de
la familia, nosotros no teníamos de eso) para buscar algún defecto que le
evitara el engorroso año. En cualquier caso, no creo que lo descubriera a
consecuencia de tener que tirarse del remolque de un tractor.
Nuestro encuentro, sucedió en el
Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid. Allí, entre reclutas heridos, soldados
enchufados que hacían el servicio a la sombra y con enfermeras, (muy chulos y
autoritarios con lo quintos y con el resto de los pacientes sin graduación),
altivos médicos con galones pasaban como sultanes entre el ganado variopinto y
multirregional que trataba de librarse de la mili. Algunos tenían taras
evidentes, no sé por qué les habían hecho viajar hasta Madrid para comprobarlo.
Todos, indefectiblemente fumando en los pasillos, con caras rurales o
barriobajeras, esperábamos escuchar nuestros nombres y, de vez en cuando, alguien
nos amonestaba y exigía que haciéramos colas marciales para ser recibidos por aquellos médicos o
enfermeros de muy mala hostia.
Yo, como había alegado lo del pie cavo, después de las radiografías debía ser visto por el traumatólogo. Allí ya había menos “ganado” y todavía estaba ese joven Frübeck educado, con atractiva soltura aristocrática. Nada que ver con la cara huidiza de miedo cerval que predominaba en los demás.
Yo, como había alegado lo del pie cavo, después de las radiografías debía ser visto por el traumatólogo. Allí ya había menos “ganado” y todavía estaba ese joven Frübeck educado, con atractiva soltura aristocrática. Nada que ver con la cara huidiza de miedo cerval que predominaba en los demás.
Me acerqué a él por “tocar fama”
y para preguntarle por su padre. No recuerdo si hablamos mucho, creo que me
dijo que estaba dirigiendo en Alemania, y poco más, supongo que me atendió
cordialmente porque estaba sorprendido de que un perrecluta, como los que nos
circundaban, conociera el verdadero valor de su apellido. Lo cierto es que al
capitán médico, al abrir la puerta, le debió de parecer que éramos amigos y que
yo le acompañaba, como introductor y guardaespaldas frente al populacho.
-Pasad, pasad, y le llamó por su
nombre de pila, muy atento, amable, preguntando por su padre, por donde iba a
pasar el verano, ¡ah! en Navarra, en la finca(lo recuerdo porque su padre murió
ayer en Pamplona) todo amabilidad. Echó un vistazo, firmó unos papeles
sonriendo, bueno, ahí lo tienes: un año de vida que recuperas, aprovéchalo. Se
despedía dándole la mano y también iba a darme
la mano a mí, que no se la negaba ¿Y tu amigo...?
-No, no somos amigos todavía,
-respondí yo- sólo soy admirador de su padre y también vengo a revisión.
-¡Ah!, retiró la mano y cambió el rictus, es usted
Mayo Garcinuño, sí... aquí lo tengo,
espere aquí; y acompañó a la puerta al bien apellidado, reiterándole el deseo
de unas buenas vacaciones.
Yo estiraba una sonrisa
interesada a ver si mi suerte iba a aprovecharse de aquella ola tan favorable
en la que el destino me había subido. Pero el capitán volvió con análoga de
milico de mala hostia que había visto en trámites anteriores.
-¡Descálcese!
Yo, por consejo de mi novia
llevaba calcetines negros y no los blancos que acostumbro, y me quité los
zapatos.
-¡Totalmente!, le he dicho que
se descalce.
No es necesario decir que la sonrisa ya estaban de más. Traté te encorvar algo la planta del pie, pero él,
enérgicamente, me dijo:
-¡Asienta bien el pie, coño!
Cómo no asentar bien el pie.
-Usted no tiene el pie lo
suficientemente cavo para librarse de la mili, y su osteocondroma es pequeño, y
además operable. No creo que le duela habitualmente.
(Era cierto, lo siento a veces
por las revueltas del tiempo al subir o bajar
escaleras o cuestas, pero casi treinta años después esta intermitente
molestia no ha sido suficiente para operarme).
-Pues me duele bastante.
- ¿Qué vas a decir?....
Me puso en el papel “excluido temporal”. No me acompañó a la puerta. Dos
años después mi osteocondorma congénito volvió a salir en la radiografía y
entonces me libré de la mili igual que Frübeck. Pero aquel reconocimiento es historia para otro día.
Esta foto en que estoy subido en el remolque de un tractor, es de por aquellos tiempos.
(Es por poner una foto, que las últimas veces el blog está excesivamente textual).
PD El director de orquesta Rafael Frubeck de Burgos murió ayer.
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