jueves, 19 de junio de 2014

ESTRÉS HORTELANO


Qué descansada vida la que huye del mundanal ruido... parece que haber comprado mi hermosa huerta de cuatro bancales, iba a prestarme el equilibrio bucólico de un hortelano autoabastecido y seguro del futuro: en los próximos años, de ninguna manera. Como muestra diré que adquirimos una mesa de terraza y seis sillas para el ocio y no me he sentado más que dos veces y las dos fueron para comer la comida que previamente había cocinado y transportado hasta allí, porque tuvimos invitados. La hamaca la disfruta exclusivamente mi hija y mi contacto con su cordaje se reduce a atarlo y desatarlo de los árboles, y a guardarla en un saco, para que no se ensucie.
Ya habréis notado que casi no leo. Las tardes y los fines de semana están apretadas por trabajo hortelano. Tengo entre manos “Bomarzo” de Manuel Mujica Láinez: una delicia estilística de más de 600 páginas, pero morosa y regodeadora;  ¡como para ir de dos hojas en dos hojas al borde del sueño! Menos mal que el trabajo me deja huecos para escribir en la oficina.
A veces me caía de siesta después de comer, pero ya no puedo permitírmelo. Estoy haciendo cimientos por donde debería pasar el agua de riego; colocando y asentando piedras apretadas para que queden lo más firmes posible y no cedan con el peso del agua del estanque que construiré, (mejor mandaré construir, encima) por ello ya llevo cuatro o cinco días sin regar por la acequia y las reservas que tengo acumuladas en unos toneles de plástico están demediadas y ni siquiera me servirían para un riego de todas las patatas. Ahora -miércoles- tengo que esprintar en la pesada colocación de las piedras hincadas a nivel y después echar cemento sobre ellas para que se seque y pase el agua lisamente por arriba, sin descolocar nada. Me conformo con poder enganchar la acequia el viernes a última hora. Ya hará una semana que los pimientos y las patatas no beben agua nueva. Mi estrés se une a la inseguridad de que, lo mucho que estoy trabajando y comprometiendo, al final sea un aglomerado inútil y el albañil me diga que va a ser dinero tirado construir un estanque encima. Tengo fe en mí mismo, una fe de carbonero, ni siquiera me permito el lujo de  buscar vídeos por internet de “cimentaciones en cuesta, en lugar de imposible acceso para un camión hormigonera, reutilizando unas piedras blandas e irregulares sobrantes de paredes derrumbadas  para que no estorben, con escaso cemento y arena, porque han de ser subido por unos hombros y espalda maduros, por una larga pendiente del 25 ó 30 por ciento”.

Así desembocaba antes la acequia, he movido una pequeña montaña de tierra y piedras,
las piedras que han salido de aquella "montañita" las aparté mientras distribuía la tierra por la huerta 
y ahora estoy montando la plataforma con ellas, 
cuando me aburro de colocar piedras y ha llegado al nivel. lo lleno de cantillos y le echo cemento

Menos mal que estaba en forma, con el cuerpo bien engrasado por el ejercicio, que me inicio lo menos abruptamente que sé en el trabajo, que a veces me siento a colocar piedras pequeñas y que me lo tomo con calma escuchando música clásica (he oído ya seis veces por la radio el concierto de violín de Brahms; lo programan constantemente), que paro a abastecerme de no menos  medio kilo de los azúcares de mis cerezos y aún así, cada vez que me levanto de la cama, la espalda me grita que existe y que debo mantenerla recta, ponerla a funcionar con cuidado. Pienso entonces en la gran cantidad de piedras que muevo, las regaderas de 15 kilos que transporto y vuelco hacia las lechugas o tomates, las mochilas, las sobrecargas, los cincuenta años que se me llegan... Este verano (en cuanto acabe con el estanque) tendré que levantar una pared de piedra, de unos 20 metros cuadrados; bueno, espero poder hacerlo. Ya tengo ocho sacos de cemento y un poco más de un metro cúbico de arena esperándome al pie de la derrumbada pared de abajo. A ver si consiguiera hacerlo todavía con 49. Tengo poco más de tres meses.

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