Qué descansada vida la que huye del mundanal ruido... parece que haber comprado mi hermosa huerta de cuatro bancales, iba a prestarme el equilibrio bucólico de un hortelano autoabastecido y seguro del futuro: en los próximos años, de ninguna manera. Como muestra diré que adquirimos una mesa de terraza y seis sillas para el ocio y no me he sentado más que dos veces y las dos fueron para comer la comida que previamente había cocinado y transportado hasta allí, porque tuvimos invitados. La hamaca la disfruta exclusivamente mi hija y mi contacto con su cordaje se reduce a atarlo y desatarlo de los árboles, y a guardarla en un saco, para que no se ensucie.
Ya habréis notado que casi no leo. Las tardes y los fines de semana
están apretadas por trabajo hortelano. Tengo entre manos “Bomarzo” de Manuel
Mujica Láinez: una delicia estilística de más de 600 páginas, pero morosa y
regodeadora; ¡como para ir de dos hojas
en dos hojas al borde del sueño! Menos mal que el trabajo me deja huecos para
escribir en la oficina.
A veces me caía de siesta después de comer, pero ya no puedo permitírmelo.
Estoy haciendo cimientos por donde debería pasar el agua de riego; colocando y
asentando piedras apretadas para que queden lo más firmes posible y no cedan
con el peso del agua del estanque que construiré, (mejor mandaré construir,
encima) por ello ya llevo cuatro o cinco días sin regar por la acequia y las
reservas que tengo acumuladas en unos toneles de plástico están demediadas y ni
siquiera me servirían para un riego de todas las patatas. Ahora -miércoles-
tengo que esprintar en la pesada colocación de las piedras hincadas a nivel y
después echar cemento sobre ellas para que se seque y pase el agua lisamente
por arriba, sin descolocar nada. Me conformo con poder enganchar la acequia el
viernes a última hora. Ya hará una semana que los pimientos y las patatas no
beben agua nueva. Mi estrés se une a la inseguridad de que, lo mucho que estoy
trabajando y comprometiendo, al final sea un aglomerado inútil y el albañil me
diga que va a ser dinero tirado construir un estanque encima. Tengo fe en mí mismo,
una fe de carbonero, ni siquiera me permito el lujo de buscar vídeos por internet de “cimentaciones
en cuesta, en lugar de imposible acceso para un camión hormigonera,
reutilizando unas piedras blandas e irregulares sobrantes de paredes
derrumbadas para que no estorben, con
escaso cemento y arena, porque han de ser subido por unos hombros y espalda
maduros, por una larga pendiente del 25 ó 30 por ciento”.
Así desembocaba antes la acequia, he movido una pequeña montaña de tierra y piedras,
las piedras que han salido de aquella "montañita" las aparté mientras distribuía la tierra por la huerta
y ahora estoy montando la plataforma con ellas,
cuando me aburro de colocar piedras y ha llegado al nivel. lo lleno de cantillos y le echo cemento
Menos mal que estaba en forma, con el cuerpo bien engrasado por el
ejercicio, que me inicio lo menos abruptamente que sé en el trabajo, que a
veces me siento a colocar piedras pequeñas y que me lo tomo con calma
escuchando música clásica (he oído ya seis veces por la radio el concierto de
violín de Brahms; lo programan constantemente), que paro a abastecerme de no
menos medio kilo de los azúcares de mis
cerezos y aún así, cada vez que me levanto de la cama, la espalda me grita que
existe y que debo mantenerla recta, ponerla a funcionar con cuidado. Pienso
entonces en la gran cantidad de piedras que muevo, las regaderas de 15 kilos
que transporto y vuelco hacia las lechugas o tomates, las mochilas, las
sobrecargas, los cincuenta años que se me llegan... Este verano (en cuanto acabe con el estanque) tendré que
levantar una pared de piedra, de unos 20 metros cuadrados ;
bueno, espero poder hacerlo. Ya tengo ocho sacos de cemento y un poco más de un
metro cúbico de arena esperándome al pie de la derrumbada pared de abajo. A ver
si consiguiera hacerlo todavía con 49. Tengo poco más de tres meses.
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