Hace un par de días me acordé de algunos profesores jóvenes que daban clase en mi instituto hace treinta y dos años.
Concluí que ya serán casi unos viejos; más todavía que yo, que últimamente siento
mi trayecto cada vez con el paso más cambiado en un mundo nuevo que está
pariéndose como una serpiente que cambia de camisa. Los viejos son/somos como
ese pellejo que se va quedando vacío mientras la vida viva, multicolor, sigue su camino por derroteros que empiezan a tomar una velocidad cuyo ritmo no
seguimos. En la media que no somos parte del camino nuevo, ya no nos sentimos
concernidos por los movimientos de esta sinuosa serpiente. Las pasadas
elecciones europeas me importaban poco, pero su resultado me ha dejado como
marginado y quizá me ha llevado a esta reflexión.
“Ocho apellidos vascos” es una película que
la gente se ha puesto de acuerdo en decir que era buena (a pesar de ser cine
español) y que merecía la pena pagar una entrada para ir al cine. Yo he visto
bastantes comedias españolas muy buenas en estos años (creo que mejores -quizá no deba escribirlo porque no la he visto- que será ésta, -pero algo tendrá el agua cuando lo
bendicen-) y ninguna de ellas ha sido un fenómeno de taquilla, del que, claro,
me siento ajeno.
No sé si merece la pena buscar acomodar mi
paso de los demás. No es soberbia ni elitismo, creo. Tengo demasiadas cosas que
quiero hacer y no me va a dar tiempo, así que me ensimismaré: rechazo perder tiempo en involucrarme; quizá sea un error que termine pagando porque me aísle,
envejezca.
No creo que llegue a engancharme al “guasap”,
pero ya entré, y de qué modo, en Facebook: esta empresa me tiene catalogado con
un “10” de
actividad. Menos mal que mi página se llama "fotos antiguas de Cardeñosa". Al
menos es por una causa antigua, como yo.
No sé si este tipo de reflexiones, reflexivas,
serán un “bucle” desagradable, aburrido, para vosotros. Pero me gusta buscar la
expresión escrita de mi pensamiento, y lo dejo aquí.
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