jueves, 15 de mayo de 2014

El Atlético de Madrid.


Mi padre es simpatizante del “atleti” y yo lo “era”. Dicen que uno puede cambiar de todo en la vida, incluso aborrecer el fútbol, pero nunca deja de ser de su equipo. Puede que me pase a mí, porque ahora estaba un poco más pendiente.
Recuerdo el año 74 en el que el Atlético se clasificó para la final de la Copa de Europa,  y me acuerdo de una semifinal en Glasgow contra el Celtic, en la que expulsaron a varios de nuestros jugadores. No me cuesta mucho trabajo hacer memoria (también por esos años completé una colección de cromos) de parte de la alineación: Reina, Melo, Capón, Panadero Díaz, Eusebio, Adelardo, Luis, Irureta, Gárate, Becerra Leal...,  lo tengo en la memoria, como que el árbitro de esa semifinal fue el turco Babacán.  Después pasamos a la final que empatamos a cero con el Bayern de Munich en los 90 minutos reglamentarios. Se disputó la prórroga y cuando restaban sólo cinco minutos para el final, le quedó un golpe franco a Luis Aragonés. No estaba en "su sitio", que era dentro de un arco de cal que había antes de área, (nunca he sabido para qué servía, no sé siquiera si ahora lo pintan). Desde ese lugar las faltas que tiraba Luis eran letales, pero aquel día estaba un poco escorada a la izquierda. Sin embargo, fue gol, eso lo recuerdo, y además lo he visto hace poco en la tele. Íbamos, en dos o tres minutos, a ganar la Copa de Europa, pero en un desgraciado tiro de un alemán desde muy lejos, el portero Reina se la tragó. No dio tiempo a sacar de centro. No hubo penaltis; se jugó un partido de desempate un par de días después. El Bayern, nos “barrió” por cuatro a cero.
Después seguí siendo del Atleti, muchos de mis mejores amigos lo eran: es una forma de ser alternativa, romántica, con esas recurrentes desgracias que le hacen ser conocido como “el Pupas”.
Nunca he sido  muy futbolero, ni he comprado la prensa deportiva, ni oía los carruseles de la radio. Si continuaba, era por “acompañar” a los amigos y por oponerme a los enemigos (léase Real Madrid).

Cuando apareció Jesús Gil (1), un poderoso constructor, que era aparatoso, machista, prepotente, cantamañanas, y siempre sobreactuaba virilidad de la más burda  y despreciativa hacia los demás) me cansé y deserté del seguimiento. En aquellos momentos los futbolistas llegaron a costar cantidades más que insultantes, recuerdo que fue el traspaso de un ruso, Valeri Karpin de la Real Sociedad al Valencia, no sé si por cuatrocientos o novecientos millones de pesetas, lo que recuerdo que me hizo hacerme insumiso al fútbol.
No veo partidos, además, si pasando canales de la tele tropiezo con alguno y me tiro a quedar, mi mujer me recuerda mis razones. Por ser un acontecimiento histórico me empeñé en ver la segunda parte de la final del pasado Mundial. Lo hice “por al niña”, porque era un momento histórico, como quien se salta un régimen, era la ocasión más alta que vieron los siglos, incluso bajamos a ver la algarabía de Plaza de España de Béjar, para lo que mi hija se puso una gorra roja que teníamos. 
No he visto más, aunque son "inevitables" los resúmenes en los telediarios.
Este año el “atleti” va bien y yo le he seguido en este final de temporada, es decir, he hecho por enterarme, (pienso en los amigos, que sé yo...)
Quería que ganara pero en un partido que perdió contra el Levante. Un grupo de energúmenos seguidores insultaba a un negro, -senegalés como mis compañeros de autobús-, y cuando el hombre que iba a sacar un córner al lado de donde estaban acantonados esos “hinchas” el árbitro pitó el final y el senegalés en un acto de ira tiró el balón y se encaró contra ese público. Tengo clavada la respuesta: la imagen de un hombre de grandes barbas, fuerte, musculado, con el torso desnudo, que desde la grada le hizo al negro una señal como que le cortaría el cuello.
Yo no quiero alegrarme de lo mismo que puede alegrarse un bestia así. El fútbol es malo por todo el dinero que entra en ese lodazal, por todo lo que roba a la cultura y a los demás deportes,  y porque que engendra estas actitudes.
Ahora me da igual. Quiero retirar mi sana alegría de compañero atlético, porque con su buen sentimiento colabora algo con este desmesurado deporte. No quiero saber nada.
  

(1)   existirá archivada, en alguna de las toneladas de expedientes judiciales que originó,  una firma mía al lado de la de este personaje. Tuve una fotocopia del documento pero, al final, la tiré. Jesús Gil estaba encausado en varios procedimientos penales y tenía la obligación de comparecer cada mes ante un Juzgado, y como pasaba temporadas en una finca llamada Valdeolivas, ubicada en Arenas de San Pedro donde ejercí interinamente como secretario, vino a firmar a nuestro juzgado. Yo no llegué a verle, entró una compañera y  me pasó el papel para que lo firmara, y lo hice sin mirar. El sujeto, que vino con dos guardaespaldas, quería llevarse una fotocopia con mi firma para garantizarse que había cumplido su obligación de presentarse.


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