Sé que no debo herir mi cerebro con
pensamientos obsesivos y angustiosos, pero me venía persiguiendo un pesado
monstruo amarillo mustio, y su espantosa visión me ha desfondado cuando venía
tranquilamente trotando. He tendido que parar por la sensación “psicosomática”
de asfixia, la escena me la imagino parecida (me paso de dramático, lo sé. Pero algo he sentido.)a la de la muchacha vietnamita a
quien se le caen trozos de carne mientras va corriendo hasta que termina por
dejar de hacerlo y andar.
Hace sólo una semana, en la puerta de mi casa
reinaba una floresta espectacular. Este año ha llovido con generosidad y las
hierbas y plantas silvestres sobrepasan cualquier rodilla. Los pájaros e
insectos completaban la hermosa sensación natural. Pero un vecino, (puede que no
sea, no estoy seguro: le pongo cara, no quiero obsesionarme...) ha echado
herbicida en la calle, y su peste llega a 10 metros de la linde de
mi huerto, a 13 de mis lechugas, aunque parece que es local, no voladizo, pues
hay un límite entre las ortigas rociadas y las que aún parecen verdes. (El
vecino en cuestión me ofreció herbicida para mi huerto, dice que lo echa en el
suyo)
esa veredita que sale a la derecha, en el centro de la fotografía, es la que va a mi huerto
Por la calle pasamos todos: una niña recién
nacida; la mía, que tiene 13 años; mi mujer y yo mismo que, aunque empiece a
estar amortizado, quiero vivir lejos de las posibilidades cancerígenas el mayor
tiempo posible. La fiebre amarilla existe en muchos sitios, hay muchas personas
que optan por esa “comodidad” en lugar de coger una desbrozadora, una hoz o un
azadón. No quería pensarlo, lo había comentado con mi mujer cuando me di
cuenta, pero a medida que todo se mustia y se alicae ofrece un espectáculo más enfermizo: un
verano agostado, que contrasta fuertemente con la primavera que puja detrás de
la zona rociada. Yo quería haber evitado la conversación pero ya, al
practicarla entre dos, redoblamos la indignación. Se hace menos viable hacer la vista gorda al
minidesastre ambiental y, sobre todo, a
las inquietudes por la salud.
He tratado de olvidarlo, pero esta mañana
vine a Candelario, como hago siempre, corriendo por una cuesta arriba ya desbordante de verdor, cuando me asaltó otro embate contra mi moral. Es un pequeño tramo, serán cuatro o cinco metros cuadrados, empecé a ver unas ortigas amarillas y una hierba que también
amarillea. Yo estaba ya con déficit de oxígeno y una respiración al límite. Fue
el peor momento para la aparición. He dejado de correr para que el mal no se
apodere de mis alveolos, para que, respirando mis pulmones al ochenta, en lugar
del cien por ciento, no dejen sus partes más vírgenes y más inocentes expuestas
al magma venenoso.
No sé si lo he escrito aquí, pero lo digo
siempre: lo que es letal para la vida no puede ser bueno para nuestra salud.
Escribo “nuestra” y no "la" para los antropocentristas que sólo piensan es su comodidad
personal, y que el género humano puede vivir solo, con nuestros animales y
plantas esclavos. No es así. Lo pueden contar las personas a quienes ha tocado
un cáncer inopinado, sin antecedentes
familiares. Los agricultores que
maldicen la plaga de topillos, que viene por la extinción por envenenamiento de
sus depredadores. Los alérgicos. Los padres de niños con enfermedades raras o
los excesivamente enfermos, que muchos percibo en estos momentos. También los
padres estériles y mucha más gente.
Siempre ha habido de todo esto, pero ahora
todavía más. Muchos no relacionan nada. Hay personas que dicen ser desconfiados
sobre todo, pero tienen una asombrosa confianza en todas las industrias, la
industria química y farmacéutica, básicamente.
Hoy me da por pensar si los que crean pesticidas,
herbicidas etc, no serán los mismos, o parientes, de los que venden el antídoto
a la Seguridad Social
para los cánceres que generan,
quimioterapias o aparatos de radioterapia y medicinas en general.
No me gusta la conspiranoia pero hoy encontré
un monstruo amarillo que me perseguía. Lo juro.
Guerra total y eterna al herbicida. Otra trampa más del sistema. Algo enigmático ha convencido a la gente de que hay que tener los cultivos sobre, o rodeados de, un paisaje lunar. Hay una obsesión artificial. Además de todos los riesgos, en realidad, el herbicida no significa trabajo cero. Pero la inercia no para: las administraciones públicas lo emplean en las cunetas, aun por las que corre el agua. Hasta parece que se ha olvidado la cuestión de la biodiversidad cuando el ecologismo sólo habla del cambio climático, que es un problema en el que la gente de a pie poco puede hacer. Mientras tanto, la plaga-moda herbicida no para de aumentar. Se gasta dinero en herbicidas y se sustrae del mercado laboral. Y esto no hay quien lo arregle. Resiste en tu huerto y predica por la mente, el cuerpo y el campo sano.
ResponderEliminarJ. L., recientemente he indagado sobre el autor del vertido tóxico y resulta que es el inconsciente abuelo de la niña recién nacida que, por su indefensión y porque vive en el primero, puede ser más perjudicada por la limpieza de su "homo antecessor". Redobla mi rabia, porque este hombre vive en otro pueblo y vino a fumigar a la puerta de mi casa sin encomendarse a dios ni al diablo. No sé si lo hizo con o sin protección pero los que pasamos por allí poco después no llevábamos careta, ni guantes, tan solo alegría. Me produce violencia la situación, y el ver la mustia naturaleza derramada, una enorme pena y un nudo en el estómago. Esperemos que se queden ahí las consecuencias físicas en las personas, pero me encararé con quien sea para que no vuelva a suceder.
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