Para gustos se hicieron los
colores, dicen. Aunque la ausencia de color, el turbio reflejo de la luz,
también puede ser un gusto. Hace poco he leído que puede que no fuera su gusto,
sino que padecía de cataratas el Goya de las “pinturas negras”, esto para
explicar el mate oscuro sucio de estas obras con las que adornó las paredes de
su casa, la llamada “Quinta del Sordo” cuyas copias a óleo, -la casa se
destruyó hace más de 100 años para edificar- se pueden ver en el Museo del
Prado.
Indudablemente, para la
valoración artística “objetiva”, la causa es independiente del resultado. Por
poner un ejemplo coetáneo: la novena sinfonía es la “novena sinfonía obra
maestra” por sí misma, no porque la hiciera un hombre que no pudo llegar a
oírla.
A mí no me gustan mucho las
pinturas negras de Goya, sí me conmueve el perro que quiere salir del estanque,
supongo que es por lo enigmático, pero no le admito el enigma a cualquiera,
sino al pintor aragonés; es más, creo que no se apreciarían, ni la mitad de la
mitad, las pinturas negras de Goya: el feísmo, los aquelarres, las procesiones
expresionistas de desharrapados desencajados, si no hubiera existido el Goya
“comercial” el luminoso de los retratos,
de los cartones para tapices, de las pinturas de guerra, de las majas. Es un
contrapunto, una evolución de visionario, para otros será una anécdota,
pero se aprecian porque en su conjunto
Goya es un genio, sean geniales sólo las últimas pinturas o solamente lo sean
las primeras, o ambas (que para gustos también están las atribuciones de
genialidad).
Personalmente no aguanto el feísmo
como tema central de una obra de arte, sí cuando se me cuela como un elemento
expresivo, pero nunca el feísmo por el feísmo: de momento soy así de sencillo.
Dicen que hay dos tipos de gustos
lo apolíneo y lo dionisíaco, yo, decididamente
estoy por concluir hoy que me
inclino más por lo primero, aunque tengo, al menos, un amiguete muy dionisíaco
que me ha prestado este libro.
Esta lleno de grotesca
escatología y no sale de ahí, pintura negra, comedores de patatas de Van Gogh,
olores a podrido, a vómito, a pus, a hez. Es la realidad, lo reconozco: la vida
humana se descompone. La naturaleza también descompone, pero enseguida, ya con
sus moscas esmeraldas, comienza regenerar otra belleza. Lo humano puede crear
pozos sin fondo, vertederos
industriales, ríos muertos, y también en lo moral: Auswitz, Stalin, Pol Pot, o los Hutus y los Tutsi. Para acabar
con lo hediondo: también hay quien practica juegos sexuales llamados “lluvia
amarilla” o “beso negro”. No sé, espero que no se me lea esto antes de comer.
El libro de Maurice Pons puede ser
adelgazante. La tarde que más avancé en él no sentí ganas de levantarme al
frigorífico a picar; a lo mejor que el que provoque náuseas o que contenga las
gansas de comer, sea una prueba de que es arte, estoy de acuerdo en que las
obras que no provocan absolutamente nada, no lo son. Literariamente tiene valor, arte hay, lo que yo no aguanto es leerlo, como no aceptaría tener pintada en la pared de mi salón esta procesión de San Isidro.
Personalmente no soporto el dolor
gratuito, no me gustan los boxeadores, ni los fakires, ni los tatuajes, y me
dan miedo los artistas de circo que se juegan la vida; tampoco quiero verlos.
“Hay gente pa tó”, dijo un torero
cuando le presentaron (no sé si a Ortega y Gasset, se cuenta de varios toreros
y de varios intelectuales) y en gustos
también.
Yo soporto la narración de la
realidad, no es que la soporte bien, es que quiero conocerla; para saber andar
por el mundo y también por el conocimiento puro. Pero una literatura fantástica
que se regodea en la creación de un mundo grotesco, feo, fétido,
espantoso, lo paso como especia, como
cata, como contraste, pero no puedo vivir zambullido en él. Me siento incómodo.
Nunca me he
preparado un bocadillo de ajos.
Pues leyendo tu entrada creo que el bocadillo de ajos literario ha cumplido su cometido.
ResponderEliminarEvohé!
Sí, quizá por ello el Umbral que leí después me gustó tantísimo.
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