Un día de estos estuve en en una sala del Hospital Clínico de Salamanca, esperando el resultado de la operación a un familiar. Apareció una sigilosa mujer con una trenza rubia y el aspecto de gitana rumana distribuyendo unos papeles. Yo ya la había visto otro día, en otra sala de espera de citas del mismo hospital, y, al apreciar que estaba mendigando, rechacé la tarjeta, pero alguien la dejó abandonada sobre su asiento porque le tocó el turno y, antes de que volviera la rumana a recogerla, pude examinarla.
Es claramente una estafa. Ese día la gitana pasó recogiéndolas y la gente se las devolvió, pero creo que nadie picó: estábamos en una cola de tramitaciones y la gente estaba deseando que le tocara el turno, pero nada más.
Por supuesto, me quedé con la decepción de no haber podido capturar el papel para ofrecérselo a mis lectores.
Pero el día de la operación, resueltamente, cogí la tarjeta con esta intención y aquí la tenemos. Lo que me disgustó entonces es ver que cuando volvió la mendiga tuvo un tremendo éxito: eran casi todos gente mayor, muchos de pueblo, preocupados por el familiar que tenían adentro, expuesto al bisturí, a la anestesia, a las infecciones, aparte del mal, siempre peligroso y algunas veces incierto, que ha provocado la intervención.
Alguno empezó a mirar su monedero y a poner monedas en la mano de la pícara. Otros, demasiados, se contagiaron; hay actitudes contagiosas; además, en esta sala de espera, a diferencia de la anterior, la superstición juega a favor de la mendiga: le ponen a uno en bandeja hacer una "buena obra" para influir en que el buen dios de arriba propicie un resultado feliz en la partida que se está jugando al otro lado de la pared.
Me indigné y me movía. Quería gritar, intervenir para evitar que se aprovechara de estos incautos. Pero no hice nada, el ciudadano que llevo dentro se conformaba con publicarlo y, además, no debía mostrarme egoísta y despiadado con esa pícara infinitamente menos agraciada en la vida que yo, no sea que fuera a "atraer desgracia" sobre la operación que me tenía a la espera.
Esta mendicidad está prohibida, el hospital tiene agentes de seguridad que deberían impedirlo. La mujer es de costumbres fijas, sucedió en ambos casos sobre las once, y va a los sitios, que no son tantos, donde hay gente sentada esperando. Me dio por pensar que los de seguridad no lo pueden ignorar, quizá tengan mucho que hacer; quizá hagan la "vista gorda" a secas o quizá, incluso, exista un acuerdo y la mendiga les "unte" por no intervenir. Es muy raro que sea la única mendiga que actúa, si vinieran varios a este panal de rica miel, la gente protestaría definitivamente y la seguridad del hospital tendría que tomar cartas en el asunto.
Según las teorías de microeconomía que estudié en la carrera lo que tiene que suceder cuando hay un excesivo beneficio marginal es que acuda la competencia y no he visto a nadie más en esta práctica tan lucrativa.
El que no ocurra me parece una distorsión económica: o hay una mafia que controla que nadie más pida, o el supervisor está permitiendo un monopolio.
Esta es una de las formas más repugnantes de obtener beneficio económico. La utilización de una “desgracia” como anzuelo. Incluso en otras modalidades, las que simplemente piden sin utilizar un ardid tan inescrupuloso, si les das, estas ayudando a crear un circulo vicioso.
ResponderEliminarHe visto en Estados Unidos un tipo en una esquina con un cartel: “Yo pido para beber” y mucha gente por ser “sincero” le da dinero.
Algo que tu relato me trajo a la mente es un chiste del humorista cubano recién fallecido. Decía Guillermo Álvarez Guedes que un mendigo en silla de ruedas en una esquina pedia.
− Una monedita para el invalido, una monedita para el invalido.
Un señor se detiene y le dice.
− ¿Pero tú no eras el que estaba la semana pasada en la otra esquina y eras ciego?
A lo que el mendigo contesto.
−Amigo, es que no salgo de una desgracia, para caer en otra.
Estupendo, el mundo de los pícaros no tiene fronteras, ni en el humor ni en la cara dura.
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