EL SEGUNDO PLANO DE LA MEMORIA
Algunas veces mirando en las
estadísticas de lo que se “visita” en este blog, encuentro títulos de entradas
que no me suenan, que, en un principio, no reconozco. Cuando la curiosidad me
lleva a abrirlos, veo comentarios a obras literarias que me impresionaron y que
referí muy favorablemente, y tampoco me termino de reconocer. NO es que me
arrepienta, quizá me recrimino un poco el ser tan impresionable y enamoradizo.
Parece poco riguroso por mi parte y me preocupo sobre qué pensarán mis
seguidores de mi coherencia, cuando después he seguido alabando, y en esa otra
reciente impresión me sentía ajeno a las alabanzas anteriores que había hecho.
No es que entonces mintiera, -nunca suelo mentir-, lo que sucede es que yo ya
no soy ese, por mí han seguido pasando experiencias estéticas y de
conocimiento, y quizá –ojalá- todas me van dejando poso, aunque desaparezcan
del primer plano de mi memoria. Ahora estoy enamorado de La belleza convulsa
de Francisco Umbral y me siento
retratado por él.
La vida, admitámoslo de una
vez, no nos deja nada, salvo una experiencia que sólo es aplicable a nosotros
mismos (al “nosotros” que fuimos, ni siquiera al actual) y unas cuantas
instantáneas de lluvia o de sexo.
Las
instantáneas serían como esas fotos que llevamos en la cartera, o esas otras
que hemos mirado muchas veces, que sabemos que existen y que recordamos tener.
Pero hay muchas fotos en nuestros álbumes en las que aparecen gentes que
teníamos olvidadas, o sitios en los que no recordábamos haber estado. Todo eso
fue importante, y “si hacemos memoria” nos alegramos de haberlo vivido y nos
sorprendemos un poco de no tenerlo tan presente como esas películas, esas obras
musicales, esas personas, esos sitios, que tenemos en el primer plano de la
memoria. Existe, al menos, un segundo plano de la memoria, precario, frágil,
nebuloso, traspapelado, en peligro.
Es
estupendo tener ahora, en este siglo, atrapadores baratos de memoria, cámaras
de fotos, cintas de video, infinitas páginas de ordenador…
Llevo
ya cuatro años con el blog, cada vez pienso más y escribo mejor (1), más responsabilizado
a medida que sé que me sigue gente. Me alegro mucho de obligarme a publicar
cada tres días y recomiendo este ejercicio, porque con este compromiso uno se
fija más en la realidad procura aprehender esos detalles con los que construir
un artículo, ya sea en los libros, en los viajes, en la actualidad, o en la
vida misma.
De
otro modo estas cosas pensadas, vividas, serían quizá un poso, pero casi nunca un recuerdo que volviera a
aparecer.
Terminaré
recopiando a Umbral:
Y aquí está toda la doméstica
filosofía de este libro. En vivir/escribir, por penúltima vez, la fiesta
actualísima del presente, ese dragón azul y deslumbrante, que reaparece todas
las mañanas ....
Claro,
es dudoso pensar que cuando uno gasta tiempo en escribir (fija representación
de vida para que alguien la lea) esté viviendo vida de “alta intensidad vital”.
Lo mismo cuando lee. No sé hasta qué
punto el que seamos seres racionales, historiadores, que se paran al borde del
camino a mirar atrás, a contarse las heridas, a explicarse y a explicar, nos
resta o nos suma vida, al amasar recuerdos.
Yo
me alegro de escribirlo, aunque no viva demasiado.
(1) creo, aunque también me suelo gustar y a
veces sorprender en mis escritos pasados. Bueno, los que me seguís ya sabéis que
soy indulgente conmigo mismo.
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