miércoles, 30 de octubre de 2013

Pintar un cuadro.


Lo he hecho en unas cuantas tardes de sábado del pasado verano en Cardeñosa. Como se puede deducir, son mis padres. Me lo he traído a acabar en Béjar: esta semana pinté la camisa de mi padre, demasiado chillona, pero aquí no tenía, ni siquiera para mezclar, otro color que este verdón, que me resultara "aparente".
Recomiendo la infantil experiencia de jugar con los colores, -ya os lo he contado aquí-, y digo que es infantil porque si uno lo hace con libertad y sin presiones, es como aquella actividad ancestral de jugar con el barro; uno se sumerge en la materia, creando un universo para el que vive en ese momento. La pintura es más espectacular: los tubos de colores son rotundos, preciosos, rutilantes... y siempre se hace para mostrarla a otros. Mi barro y mi arena de niño nadie los vio, pero como ahora tengo un blog, os exhibo mi resultado.
Lo hago mediante fotografías que es lo que puedo, virtualmente, transmitiros. Mi propuesta, también en este campo, no es convencional porque mi cuadro tiene relieve: los crucificados los esculpí en altorrelieve con pintura; además, aunque muchas fotos no parezcan realistas, lo son de mis sensaciones, porque yo no he pintado siempre de frente, y tampoco con la misma luz,  y la mayor parte de las veces, lo he hecho concentrado en detalles. 




Mi padre me salió bien desde el principio: se parece a él y también se parece a sus familiares, y eso me gusta, porque eso significa un mayor reconocimiento. A todos, quienes conocen a nuestros familiares nos reconocen así y este es un reconocimiento más completo.

Mi madre ha sido más difícil, tiene muchas arrugas y es muy pálida, tampoco es ni la mitad de fotogénica  que mi padre. Mi padre es capaz de posar, como de ver la tele tranquilamente o salirse a dar un paseo sin objeto; mi madre es incapaz de estarse quieta: por ejemplo, no podría ver la tele  sin hacer ganchillo.


El juego del color.
La pintura es muy diferente y algo superior a la fotografía, donde, sólo jugamos con la luz, el movimiento, la profundidad de campo, la velocidad de exposición, la óptica. Los colores, que son tan importantes, los ponía el carrete, (a mi me gustaban los de Agfa).
A mí no me da tiempo ya más que a ser fotógrafo y reconozco que le debo mucho a esta afición. He aprendido mucho a mirar con los resultados de las fotografías, pero creo que  llegaría a aprender más aún con la pintura: construir los colores, la luz, el ritmo, la composición... Cuanto más interviene uno, llega a un compromiso mayor.

Es una lástima no tener más que una vida; hay tantas cosas por vivir.

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