Hace pocos días, algún desprendido decidió
donar a la ONG de Comendador Memoria de mis putas tristes, el último
libro de Gabriel García Márquez. En aquel
huerto maravilloso (se llama Sornabique) lo vi brotar para mí como una
sorprendente hortaliza y, aunque no había nadie más mirando, tomé rápida
posesión de la compra.
Estoy leyendo otras cosas, pero Gabo es tan
fácil, que he entrado en él y en su tema de apariencia tan senil y anodina, que
sólo por su virtuosa escritura se convierte es un placer natural, como bucear
casi sin resistencia del agua y sin agobios de aire, igual que lo hace un delfín.
Cada frase está pensada como la mejor de las
posibles; se nota que todas y cada una de ellas ha sido colocada, desencajada,
testada y vuelta a encajar. Yo vivo en un piso algo incómodo que compramos de
segunda mano, pero tiene un elemento extraordinario que nos encantó; gusta a
cuantos lo ven y también fue elogiado por los profesionales que vinieron a
hacer las obras de reforma: pintar, acuchillar, poner el gas, rehacer la
instalación eléctrica...; es el parqué. Casi todos, sin venir a cuento,
alabaron la calidad de la madera y la precisión en la colocación, esto lo
debió colocar...(lo lamento, no apunté el nombre) que tenía muy buenas
manos. Cada palabra de Gabriel García Márquez está colocada como cada
tablilla de mi parqué, con una dedicación artesana de otros tiempos. No debe
haber nada más tedioso ni exasperante que haber visto trabajar a este hombre
con sus frases. Su familia, que lo habrá soportado y me parece que no ha
reproducido escritores, tiene anticuerpos contra el oficio de escribir,
seguramente por la agonía de ver aguantar la dureza ultramaratoniana con la que
pacientemente se empleó el viejo.
Sí, el viejo, y lo digo también en pretérito
indefinido, porque es claramente un libro de despedida, el más agotador. No
tengo duda de que llegó a su final sin resuello ni oxígeno para pensar: he
vencido, tengo que empezar otro.
Es un digno colofón a su carrera, creo
que nunca nadie volverá a escribir así. Como el parqué de mi casa, es un
trabajo de otros tiempos. Gabriel García Márquez es un novelista del Siglo XIX
al que, su prurito, y el grandísimo éxito de sus libros, permitieron repujar,
comprimir, decantar, una grandísima obra narrativa en unos pocos miles de
páginas: menos de un millón de frases, pero todas de antología.
PD es algo que gracias a García Márquez voy a
descubrir próximamente solicitándolo al programa Buzón del Oyente de Radio
Clásica:
Al mediodía
desconecté el teléfono para refugiarme en la música con un programa exquisito:
(...) y el quinteto para cuerdas de Bruckner, que es un remanso edénico
en el cataclismo de su obra.
El diccionario, sobre mi excelente parquet.
Como tengo el Diccionario Biográfico de los Grandes
Compositores de la Música de Marc Honegger revisado y presentado por Tomás
Marco confirmé la existencia de un
quinteto para cuerda en Fa mayor de 1879. Aproveché para leerme toda la
entrada bruckneriana y encontré una frase digna de Gabriel García Márquez.
Las mujeres
con las que pensó casarse no le fueron favorables y murió soltero.
Sabiendo la afición por los diccionarios que tiene el
colombiano (que vuelve a homenajearlos en este libro último) y siendo éste de
música y de la editorial Espasa Calpe, se me ocurre que también lo tiene en su
biblioteca y que leyó lo mismo que yo he descubierto ahora, porque al
nonagenario protagonista de la obra, la frase del diccionario le viene a
medida.
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