Ética de la crueldad de José Ovejero.
Me regalaron este libro para mi 48
cumpleaños, pero no sé si puedo aconsejar que se lea a una edad más temprana. En cualquier
caso, creo que es un buen regalo para quien quiere, como yo, ser escritor.
Primero diré que el título está mal puesto;
debía de ser Elogio de la crueldad.
Creo que el autor lo habría preferido, porque conoce mejor que nadie que ese es
el contenido del libro. Supongo que habrá sido el editor, Jorge Herralde o la
editorial, Anagrama, quienes le habrán dicho que no convenía titular de esa
manera, ya que mucha gente sólo lee los títulos y ése del elogio de la crueldad
da miedo, frente a ética, mucho más moral; dice el diccionario que trata de
la moral y de las obligaciones del hombre, por tanto, la ética concede
prestigio a un ensayo. De eso se trata: es el justo título de un premio de ensayo, el elogio de la
crueldad se queda para adentro de las páginas.
Yo pensaba que crueldad venía de crudo, sin
cocinar, áspero, visceral, dificil de masticar, directo, sin intermediación,
agreste, fuerte, pero viene de crudelis que mi diccionario de Latín
define como cruel, inhumano.
La crueldad es humana, intrínsecamente
humana. Eso sí; es una perversión temporal, un trastorno mental transitorio de
un ser humano o de un grupo de seres humanos (y ahora emplearé un símil animal:
de una jauría de seres humanos –aunque una jauría también es algo transitorio:
los cánidos que la forman no están en permanente estado de jauría).
Supongo que todos los que sólo hemos
tenido relación con la crueldad sólo, o como mucho, epidérmica podemos hablar
de ella y hacer juegos estéticos con sus éticas y sus luces artísticas. No creo
que nadie que la haya padecido debajo de la piel admita en el concepto aspectos
meliorativos.
El autor nos cuenta un chiste que no
haría gracia a los judíos:
¿cuántos judíos
caben en un seiscientos? Respuesta: quince, cinco en los asientos y diez en el
cenicero.
No es que sea este un chiste cruel, lo
digo porque no todos tenemos estómago para jugar con determinados hechos.
Crueldad es tortura, reiteración, goce
con el daño. Recrearse en reflejar la crueldad es lícito si se hace de modo
ético o con un último contenido moral. Si se exalta con fines comerciales, para
alimentar y regodear depravaciones agresivas o incitadoras de agresividad, es
condenable y peligrosa, cada vez más peligrosa en un mundo anómico en lo moral
como al que estamos llegando: Andras Bredik, José Bretón...
El libro es literario, su autor es más un
escritor y un estudioso de la literatura que un filósofo: digo eso porque lo
mejor del libro son las críticas literarias de obras famosas del S XX que
contiene.
En sus capítulos en los que no critica libros
no he percibido ninguna tesis sobre la
crueldad; el autor entra y sale en ella y nos deja un final abierto. Eso no es
ético.
Más todavía: José Ovejero está en contra de
la literatura sin crueldad, que para él
sería toda literatura facilona, evasiva, comercial…, y reivindica la crueldad
en Cervantes, en Onetti, en Kafka, no sólo en Sade o Mishima.
Hay quien dice que para hacer una tortilla es
menester cascar huevos, ése es un acto cruel (que se lo pregunten a la cáscara)
pero en esta obra no sólo se reivindica el placer de comer un huevo frito, se
prefiere un huevo que al caer a la sartén rompa su yema, o un huevo estrellado,
o un huevo podrido. Nunca lo comprobé
pero dicen que el cianuro huele a huevos podridos, el cianuro es veneno y la crueldad
comercial puede ser veneno para una parte de nuestra sociedad.
Podría ser como una droga. Hay gente ética
(el ético Fernando Savater por ejemplo) que defiende la libertad de drogarse y
la legalización del tráfico de droga. No he encontrado a nadie que defienda la
bondad intrínseca de la heroína o la
cocaína, y menos su imprescinbilidad, tan sólo lo harán los traficantes “chaval,
esto te va a poner…”.
Yo soy contrario a la libertad de
drogadicción, no tendría ningún problema en dársela a Escohotado o Savater,
pero no toda la gente es tan reflexiva y responsable. Hay un 20% de personas a
las que la droga destruiría en poco tiempo si fuese libre. Para mí es mucho el precio por una “libertad”.
Lo mismo sucede con la literatura cruel, la
anómica, la inmoral, la incitadora de andar por el abismo y la incitadora de
tirarse al abismo, que la hay. No toda la gente está preparada para que lo
gore, lo pornográfico, lo violento, sean puestos en el primer plano de lo que
la sociedad requiera y valore. Si hay
muchos, algunos pueden pasar de la ficción a la realidad, tomemos el ejemplo de Alonso Quijano.
La violencia es necesaria en la sociedad. La
policía puede sujetar, empujar, incluso golpear a un delincuente, lo que en
ningún caso se solía admitir ( en el caso José Bretón ya he oído yo a más de
uno decir: que me le dejen a mí, ya verás como canta lo que hizo con los
niños) es la crueldad, la reiteración en la violencia, sin otro fin que la
violencia misma, el daño.
Esto se puede llamar transgresión, palabra
que actualmente suena muy bien, mucho mejor que agresión.
Los hombres, los niños, -me refiero
fundamentalmente al género masculino- tenemos bastante crueldad genética, todos
los niños nos pegamos”a buenas” pero también “a malas” varias veces en nuestra
niñez y todos hemos soñado dar unos puñetazos bien dados, los niños en la playa
destruyen los castillos que encuentran, usan petardos, tiran al blanco, en mi
época también robaban nidos..., incluso el fútbol es un deporte viril,
violento, lleno de disparos, frente al
baloncesto donde se buscó más la habilidad de encestar haciendo una parábola, o
tirando a tablero. Mucho más tarde se aprendió o se tuvo la potencia física
para machacar la canasta, hacer un “mate” lo cual también es cruel y gusta más
a los hombres.
Los niños deben crecer, darse cuenta que los
golpes dejan hematomas, que si uno recibe un puñetazo mal dado en el hígado o
en el riñón puede morir. Pero la violencia, la verdadera crueldad de la vida no
se aprecia hasta la madurez, hasta la vejez. Los viejos son los mayores
preocupados y los mayores conservadores de su salud (escúchese cualquier
conversación de los viejos: eso si es ética de la crueldad)
Pero los niños cada vez crecen menos o aún
más: crecen peor; no tienen que escuchar las conversaciones de los viejos, además les proporcionamos marcianitos que
matar, a escopetas de caza, incluso hay un juego yupie que se llama paintbol
(dispararse pintura, no sé inglés).
Desgraciadamente la crueldad está con
nosotros y va a estar cada vez más, lamentablemente.
Yo tengo una hija pequeña a quien educar y a
quien no podré proteger siempre, por eso reivindico que la sociedad necesita
raciones de moral y de arte progresivas. Los delirios estéticos de vanguardia,
las performances destructivas, que se los administren personas
seleccionadas, minorías preparadas para
comprender que ahí hay una crítica por saturación.
Por ejemplo, en la pornografía actual, (que a
mí no me atrae, no me excita, me parece fría, mecánica y falsa) abundan los cunilingus y las felaciones. Yo
creo que esas prácticas pueden ser perfectamente alicientes de un sexo maduro
en busca de nuevas experiencias, pero nadie se recomendaría para que chicos y
chicas de 15 a 20 se inicien en el sexo. Es más, creo que si por influencia de
la tan accesible pornografía, los adolescentes se iniciaran de esas maneras,
volverían a repoblarse los conventos de desengañados.
Salvo al libro, pero no está redondeado:
parece la antología de un blog. Tiene
buenas imágenes literarias, hace pensar.
El autor es un poco bloguero, egocéntrico,
exhibicionista, se auto cita, se auto entrevista, ¿qué os voy a decir yo?
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