Paramos
a comer en Jaén, que es más que una cuesta abajo.
Me
impresionó un africano
que
acechaba compasiones de semáforo, con tres paquetes de pañuelos de papel,
a las cuatro de la tarde de un sábado,
contra un sol más grande que una paellera.
La caridad
no pasaba por allí
y él no
perdía su sonrisa.
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