En cualquier viaje que podamos tocar mar lo haremos siempre. Esta localidad tiene una enorme playa, imposible de llenar porque el agua del Atlántico Oeste es fría, vimos algún valiente desafiándola y mandando a hacer fotos de su proeza. No duró más de dos minutos. Nosotros, que somos paseadores descalzos de bordes de playas, también necesitamos de coraje y brío. Lo más novedoso es que por primera vez en nuestra vida conseguimos una habitación de hotel con vistas al océano, por 43 euros la matrimonial además.
Pero nosotros escuchamos el mar, pagamos un viaje por ello, y nunca defrauda. Queremos entenderle, y nos dice algo, quizá que hace millones de años alguna cosa viva nació allí y la rueda de la fortuna de Darwin hizo que una tarde nosotros escucháramos ese eco con una mezcla de familiaridad y estupefacción, ese mensaje, esa música, ese latido.
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