miércoles, 22 de septiembre de 2021

Estoy buscando una palabra.

Y pensaba que era escandallo, pero según mi diccionario de la RAE no debe ser eso, o no exactamente. El concepto es: aquellas mercaderías que irremisiblemente los comerciantes han de perder porque se estropeen, las roben en pequeños hurtos, o se hagan invendibles. 

Podría ser "mermas", pero debe haber otra palabra que no se me aparece ahora.

Yo hago muchas fotos, escribo bastantes cosas, compro demasiados libros y películas, y todo se acumula en un tesoro cuyas calidades absolutas desconozco. Así, a veces compraba películas que ya tenía, o libros lo mismo, en otra edición. Y no los leeré ni las veré nunca, porque no tengo tiempo. Lo mismo pasa con las fotos: tengo un ordenador viejo lleno de ellas, tengo centenares de discos compactos en los que las mezclé con música para ponerlas por la televisión. Frecuentemente recuerdo viajes que hice de los cuales no sabría encontrar las fotos, porque tengo un ordenador viejo "de sobremesa" lleno de ellas y muchos pinchos, algunos extraviados y algunos que se estropeó, y un ordenador portátil, frente al que estoy. Hace un par de años me compré un disco duro externo de 1,8 Terabytes, donde últimamente guardo las fotos que no necesito usar, porque el ordenador portátil a veces se me peta y se me ocurre que aligerándolo...

Pero eso supone poner demasiados huevos en la misma cesta; aunque sea de un decímetro cuadrado negra y pesada. Porque si se estropea se perderá muchísimo.  En el fondo me entra una derrotista desidia tremenda, porque sí: podría duplicar todo, o triplicarlo. Seguramente tengo muchas fotos duplicadas en los diversos soportes. Las memorias cada vez son más baratas y amplias, pero nada me resulta fiable, además en caso de catástrofe recuperaría tantas fotos en otros lugares que tampoco tendría tiempo de ver.

Es el tiempo lo que me falta ahora que estoy a punto de cumplir 57 años. Porque el mundo me irá surtiendo de nuevos alicientes y seguiré acumulando viejos alicientes, que me generan y me generarán una incómoda deuda conmigo mismo: "tienes que leer aquello, y ver eso otro" con lo cual no veo ni leo nada: paso canales en la tele o me quedo mirando al techo.  

Lo más inteligente es lo que creo que hace mi amigo César: ir a la biblioteca pública y traerse tres libros. Seguro que lee mucho más del triple que yo y no sufre de opulencia.

Me consolaré asumiendo que me ha gustado coleccionar y que lo he hecho a precio de derribo; y que la ilusión de la colección era un fin en sí mismo y que he disfrutado haciendo fotos, adquiriendo DVD o discos compactos, como anteriormente disfruté grabando cintas de la radio, videos del magnetoscopio o fotocopiando partituras. Las fotos de papel como las diapositivas, que no son muchas, siempre será fácil repasarlas.

La culpa de todas estas perdiciones la tiene mi pobreza inicial. Nací en una casa sin radio, ni libros ni tocadiscos, tardé en convencer a mis padres para que compraran un magnetoscopio, y en fin, ahora que casi todo está al alcance del dedo índice, me doy cuenta de que la avaricia rompe el saco, por lo menos hace que le revienten las costuras.

Y esa es la reflexión melancólica de hoy. Ya seguiré poniendo fotos de viajes, que es más divertido, y así las rentabilizo públicamente y las guardo en la red.

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