Escribí aquí que me vacunaría en cuanto me tocase y empecé ayer. Me correspondió a las 13 h. pero yo siempre lo he llamado la una de la tarde y, además, tampoco soy supersticioso. En la cola del pabellón deportivo había un tipo que se me quiso colar porque me senté en un lateral, pero no solo eso que le oí hablar por teléfono diciendo que le tocaba a la una y media. Cuestiones cívicas, con gente así, que quería acabar antes de su hora, se entorpece el servicio. Aunque dio igual, estaba bien organizado y solo esperé un cuarto de hora aparte de los cinco minutos con que llegué de adelanto. Otro cuarto de hora sentado por si acaso teníamos alguna reacción rara. No la hubo en mis compañeros de espera.
En cuanto al pinchazo ni me enteré, no me extraña que puedan poner los espías rusos una inyección al disidente de turno sin enterarse, las agujas deben ser de trompa de mosquito.
Por la tarde me eché siesta, todo normal como si nada. Por la noche sentí y todavía siento un leve dolor como agujetas abdominales, sobre todo si me toco o me rozo. Es una buena sensación para alguien que tiene un abdomen manifiestamente mejorable como yo, parece como si, al sentirlo, lo tuviera más musculado.
Por cierto, me pusieron Pfizer. Creo que es la más floja, tanto que vaticinan una tercera dosis de recuerdo para el año que viene. La sensación colectiva es de trabajo hecho, de descarga de preocupación, de comienzo de alivio, de optimismo. Eso percibí y eso siento, y de ese sentimiento tira a su favor el presidente del gobierno Sánchez, que va presumiendo por ahí de vacunas. Allá él, todos sabemos de donde vienen.
Dicen que la segunda dosis acarreará más molestias. Será el 15 de junio; ya os contaré.
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