lunes, 21 de enero de 2019

¡Cómo andan las cabezas!

Una de las desagradables consecuencias de ir entrando en años es que uno lo da en pensar demasiado. Una leve discusión, una diferencia de pareceres que se encona, aunque no se salga de los límites de la educación, incluso si se está siendo extremadamente cuidadoso en no zaherir con los errores evidentes de razonamiento del oponente, te arruina la mañana, no eres capaz de concentrarte en algo que lo exija, salvo que sea tan urgente o conflictivo que directamente te ocupe toda la cabeza por asalto.

No sé como llevaría en la cabeza ser político o artista, y estar todo el día fregado en las críticas o en las pullas. Muchos artistas reconocen claramente  -yo creo que es por cuestiones mentales- que no leen las críticas.
Pues eso, de niño o de adolescente uno discutía o incluso se insultaba, se pegaba, y esto no tenía consecuencias o no las recuerdo tan pesadas como ahora.

Creo que estaría dispuesto a pagar bastante dinero por la medicina, o incluso someterme a una operación que me colocara un conmutador en el cerebro para olvidarme de lo que no me interesa, de lo que se enquista en el pensamiento y así centrarme en lo útil, en lo creativo,  en lo placentero.

Pero no es que sea triste la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat, de momento hay que asumirse y saberlo sobrellevar, buscar (a mí me viene muy bien la escritura para eso) cómo reconducirlo a la reflexión creativa, parece que de esta manera lo transformo en piedras para construir una pequeña pared como las de mi huerto y una vez ordenado, conjuro la obsesión y el nocivo contraargumento circular que me atenaza.

No es que salga siempre bien, pero es la recetilla que se me ocurre.
Lo que siga trayendo la vejez lo iré toreando como pueda.
Por ejemplo: con este escrito creo que he salido un poco de los términos de una discusión vecinal de esta mañana.
Os pondré una foto de las que os gustan, explicativa



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