En cualquier país, por culto que sea, no suele faltar gente que se apunte a un linchamiento. Y parece que el ejemplo bíblico de manipulación de las masas "crucificalé, crucificalé", sigue cundiendo.
Recalentada una cuestión hacia alguien, saldrán decenas de voluntarios para tirar la primera piedra, cientos, para tirar la segunda, y miles para las sucesivas.
A mi madre le han mandado varios guasap contra la negra-madrastra- presunta-asesina del niño Gabriel el Pescaíto. ¿Es eso importante: pasar la bola?, ¿para qué, si ya está detenida, rodeada, escrutado todo su pasado...?
La gente no se apiada de los débiles, se apunta a machacar. Celebra. Se sienten "pueblo" o "nación" participando en un tumulto; pasó en la guerra civil, en los dos bandos. ¡Qué cómodo es tener un enemigo identificado al que despellejar! Qué cómodo ha sido, toda la vida, para todos los nacionalismos, tener judíos a mano. Los Reyes Católicos, en 1492, para afirmar la unidad de España expulsaron a los judíos.
Ahora estoy leyendo una biografía del General Mola, un antisemita de tomo y lomo; no conocía judíos, muy pocos podía haber entonces en España en loa años 20 o 30 del siglo pasado, si es que había. Pero él escribía contra ellos, "porque, sin duda, están detrás de los masones".
La cuestión está en que buscar enemigos, a ser posible inofensivos, es la torpe manera de que algunas personas se relacionen en sociedad; como apuntarse en cualquier pequeña reunión a los cotilleos, más exitosos, cuanto más dolorosos sean: el que una casada sea promiscua en lo sexual cotiza diez veces más que el qué lo sea una soltera y los detalles de sus amantes son tanto más valiosos.
Es el mundo así: si la gente fuera feliz y le gustara el buen arte, la buena literatura... todas estas mandangas no le harían perder voluntariamente ni un segundo.
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