Otro jalón de lectura obligatoria del instituto que incumplí y que ahora me han puesto en pie, definitivamente.
Gracias a la compañía de teatro clásico de Sevilla he disfrutado, comprendido, y hasta me he rendido al magisterio de esta obra tan citada. La vida me va pagando deudas y lo hace regalándome ayer un placer virgen, porque, a pesar de que la medioleí, y que la debo de haber visto por la televisión, necesité que me la enseñaran por teatro.
Magnífico montaje, y vestuario, y actores, y actualización, y retoques y también los trastoques en la versión, (esto lo sé por mi hija que la tiene leída recientemente). Yo la recibí como obra maestra que hubiera sido creada ayer para mí; ésta ya es la que quiero para siempre y no la que esté escrita en el libro de la colección de Espasa Calpe, con el que no pude, seguramente por abordarlo en mal momento, o sin la necesaria convicción.
Estoy en paz y satisfecho gracias a unos valientes artistas sevillanos, porque creo que es un soberbio reto abordar este clásico de frente, sin adulterarlo, ni facilitarlo, ni rezarlo, ni despacharlo; porque lo han hecho con actual visión, garbo, música, baile, y cajones (no me he confundido de letra)... arte teatral del mayor al que, ni quisiera, ni puedo poner medio pero (aunque no me gusta respirar el humo en el escenario, -que últimamente me han castigado con bastante y ayer no fue una excepción-).
Los actores desconocidos, creo que no los he visto en series, ni en películas, muy bien puestos cada uno en sus diversos papeles, aunque Max Estrella se parecía a Javier Krahe, otro hubiera jurado que se apellidaba Caffarell, por el parecido, pero salió Motilla; y otros que no recuerdo pero sonaban a tan buenos actores... Cada actor o actriz estuvieron soberbios en sus personajes, muy bien repartidos además. De quien más me enamoré es de la prostituta joven que me encantó enamorándose ingenuamente del protagonista. ¡qué hermosa lucecita de esperanza! Pero, todos todos, todos, sobrecumplieron su esperpéntico papel. Sin duda, cuando un equipo funciona tan bien, el protagonista debe ser el director y así lo reconozco escribiendo su nombre, Alfonso Zurro, y así cumplo con todos. Si se hubiera podido robar fotografías de altísimo contenido estético, habrían sido cientos; solo tenía mis ojos, como cuando uno no tiene una cámara a mano, abrí, fijé, succioné, las imágenes. Tuve que disfrutarlas ansiosamente de manera personal e intransferible; como la mejor vida.
Aprendida la lección de Max Estrella -extralúcido como el Quijote de la segunda parte- rodeado de real pillería, brutalidad y banalidad; oponiendo humanidad y pulso ingenioso, que, al final, nos brinda una apoteosis de culminación de amarguras que resultó muy nutritiva y oportuna para un tipo con más de medio siglo, como yo, que se la debía. Agradecido por la misión cumplida.
Banalidad se escribe con B, por muy cerca que esté de la V en el teclado
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