Si pasa por
vuestra ciudad y tenéis dinero no os la perdáis, cueste lo que cueste, incluso
(nunca lo he recomendado) si no encontráis, negociad que os revendan la entrada
porque la inversión suplementaria también saldrá rentable. La “jartá” a aplausos restallantes que
escucharéis al final es de las que como espectador se viven cuatro veces en la
vida.
Lo he dicho, es
puro cine, pareciera una película aburrida iraní o palestina o sajaragüi de
refugiados y de inmigrantes que vuelven a su raíz hiperrural, hiper tribal. Leche de cabra y paisajes desolados, el típico coñazo que premian en los
festivales. Pero nada de eso: es La guerra de las galaxias, El Silencio de los
Corderos, Apolcalpsis Now y seguro que otras tantas que yo no me sé; hasta sale Marlon Brando, pero no el de
Apocalipsis, sino el Kowalski de un tranvía llamado deseo. La obra es comercial
con enujundia y las horas que pasa, uno no se mueve del asiento ni se cuestiona
por ello, es tan intensa y extensa que precisa de un descanso; por el mismo precio compra media noche, un poco de conciencia, un generoso
pedazo de tarta de poesía y una entrada de vertiginoso espectáculo. Por haber
hay hasta humor, algo tan original como un notario bufón, pero la gente ha
acudido en “modo tragedia” y se sujeta
las tripas de la risa cuando se las acarician. Hacen que veamos el más cinematográfico
de los deportes, el boxeo mezclado con tan poco cinematográfico como una clase de matemáticas. Y funciona.
Solo faltó baile, pero ya hubiera sido demasiado para una tragedia tan amarga.
El listo autor se
llama Wadji Mouawad, no me extraña que tenga éxito internacional
porque es un copiota como Shakespeare, como lo es todo el cine actual, no sé si
Aristófanes también lo era, porque a
estas alturas de la historia de la literatura el que no hace cócteles, no crea
nada. Es más, diré bajito que este autor culebronea descaradamente, pero eso no puede uno
comentarlo cuando sale del teatro apretado (lleno hasta la bandera a pesar de
ser un jueves y costar el doble de lo que suele esta sala) oyendo las críticas
apasionadas y aleluyas, y viendo todavía lágrimas reales y variadas fluyendo en las caras de
muchas espectadoras.
Wadji Mouawad es
un negrero, un compositor de solos de jazz; todos los actores mundiales han de
quererle, porque elabora momentos de alto lucimiento teatral. Alto lucimiento
es decir muy alta exigencia, porque hace sudar la camiseta y llorar lágrimas de entrega. Conmueve al espectador pero no creo que para ningún actor esta pieza sea una obra más.
Otra cosa que
agradecí en el espectáculo es que no hubiera micrófono, todo era a pura cuerda
vocal, a puro grito, violentamente crispado a veces. En los flancos del escenario hay una materia
árida que imita la arena, pero seguramente también está para recoger las
perdigonadas de los actores y que nadie resbale con ellas. (tuvimos la suerte de
pillar la segunda fila y aunque haya una ducha final -lo siento, ya se me
escapó contarlo- varios actores disfrutaron antes de un cálido aperitivo).
Los actores:
magníficos. Jose Luis Alcobendas me recuerda a un híbrido dos grandísimos
actores El Brujo y el que hace de Juan Cuesta, tenía el curioso papel de notario bufón, pero también brilló
en sus papeles étnicos. Quizá me llegó especialmente su comienzo porque, en temas legales, le
tocaba ser didáctico ante brutos, que es mi oficio. Nada
como identificarse con un personaje para que te convenza. Laia Marull, una voz
maravillosa una mirada llena de luz, cálida, infantil, sufridora, muy entregada
en lo físico, con esa voz velada que seguro que tiene influencia de la Nuria Espert, un hito de mi adolescencia: hace poco menos de cuarenta
años que me enamoré de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores,
me enamoré hasta físicamente (platónicamente) de Nuria sin saber que es cinco
años mayor que mi madre y dos mayor que mi padre. (maldito doctor Google que
nos lo cotilleas todo) Pues esta mujer no conserva, aún atesora, una belleza, una
entereza, un magnetismo en el escenario, con espectacular dominio del músculo
del silencio. El ángel, el aura que tuvo y retiene, fue lo que todos los que
estábamos allí pagamos, porque algún día habrá que contarlo que vimos a la Espert en el 2017 también y
estaba igual. Yo me pregunto como un director tan experimentado como Mario Gas
será capaz de dirigir, -que es enmendar-
a un mito de las tablas, historia viva y orejas regaladas de todas las hipérboles
imaginables. Supongo que en los ensayos el director se habrá callado dejando que sea la
abuela la que conduzca el autobús, ya que pasa la ITV todos los años. Ya he
hablado de Marlon Brando. De Germán Torres solo diré que da miedo, pero uno
también piensa la gozada que tiene que ser interpretar a un personaje tan
hijoputa, aunque su madre en la vida y en la obra sea una santa. Lucía Barrado muy simpática, muy
combativa, muy moderna, como soñamos que quieran y puedan ser alguna vez las
mujeres árabes. Alberto Iglesias, que no es el músico de Almodovár, es
poliédrico, y a mí cuando más me gustó es cuando recordó al conserje salvador, que
quería que se recordara su nombre. De Candela sale uno enamorado, paradójico papel
el suyo de buscar al padre, cuando es la persona en España que menos necesita una prueba
de ADN para encontrarlo; todo el mundo se lo dirá a todas horas. Solo
decir que honra merece.
No puedo
extenderme enumerando los nombres de la escenografía, sastrería y toda la técnica tan eficientemente
utilizada; es tan magistral como necesaria. Es una superproducción aunque no se
nota, y es precisamente lo mejor de ella que, a pesar del artificio, resulta íntima. Es la magia y el cartón del cine traída al
teatro. Un espectáculo mayúsculo, aunque nosotros hiciéramós los kilómetros hasta Salamanca para ver a Nuria
Espert, que seguirá conduciendo autobuses de artistas, como Pau Gasol seguirá ganándonos
partidos con la selección hasta que él quiera.
PD. lo único malo de vivir un espectáculo así un jueves es que afronta el fin de semana con las ilusiones embotadas de que pase algo interesante.
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