Es un diario y, con mi impresionabilidad ya conocida de los asiduos, me atrevo a declarar hoy que es el más profundo e interesante de todos los diarios. Es una bitácora de madurez y desencanto (por ahí andamos) no tan literario como nuestro San Francisco Umbral, que escribía palabras siempre muy afiladas para publicar inmediatamente, y así se puede ser bastante lenguaraz e hiper lírico, pero nunca tan sincero como Cheever. Es un diario reducido a 500 páginas, editado póstumamente y el editor confiesa haber añadido o corregido puntuación, suprimido las repeticiones o las cosas directamente ininteligibles, pero no el estilo, que es muy bueno y trata no sólo de apuntar cosas que piensa o le pasan, sino que se molesta en escribirlas muy bien porque sabe que serán publicadas.
John Cheever, un desastre personal, un hombre tremendamente solitario a pesar de ser casado y con tres hijos, voluntariamente aislado, incomprendido y autodestructivo, denota una gran seguridad en sí mismo, porque hay que estarlo para llegar a escribir para que sean publicadas, las sinceridades subcutáneas.
Es un diario que genera dudas al lector, porque uno se identifica mucho con su verdad, y esa empatía lectora hace que casi se quiera identificar con todo Cheever. Para mí, levantando los ojos del libro, actualmente no es posible: él es alcoholico y apunta y termina disparando a la homosexualidad, bisexualidad, (disculpad por destripar el final) y lo siento extremadamente promiscuo. Yo no sé cuál de las dos prácticas descarto más para mi futuro, aunque no se deba decir de esta agua no beberé.
En cualquier caso es un libro oportuno en la frontera de los 50, que hay que leer dejando espacios; si no todo se apelotona en una aparente nada.
Es un libro ideal para el otoño e invierno, (que es donde estamos) y para leer pausadamente, haciendo la digestión sin prisas. Y ahora me tomo el libertinaje de copiar y daros a probar
Lo he
escrito antes y volveré a escribirlo: lo que recuero de mis familiares son sus
espaldas: Siempre salían indignados de alguna parte y yo era el último en
salir. Salían pisando fuerte de las salas de conciertos, los estadios
deportivos, los teatros, los restaurantes...: << Si Koussevizky cree que
voy a escuchar semejante bodrio...>> ; <<El árbitro está
vendido>>; <<Qué obra más obscena>>; <<No me gusta como
me mira el camarero>> ; etc. Casi nunca llegaban al final, y así es como
los recuerdo: buscando la salida. Se me ocurre que tal vez padecían
claustrofobia aguda y disimulaban esta forma de locura con la indignación
moral.
Durante
el verano, mi padre hacía tres o cuatro hoyos de golf antes de irse al trabajo.
A veces lo acompañaba. El campo se encontraba cerca de casa. Estaba en una
elevación cerca del río, y desde la calle se veía Travertine y el agua azul de
la bahía. Una mañana vio algo colgado de un árbol, en la periferia del campo.
Pensó que se trataba de alguna prenda olvidada por las parejas que iban al
bosque de noche. Al acercarse vio que se trataba de un hombre. La cara estaba
hinchada y deformada, pero reconoció a sus viejo amigo Harry Dobson. Cortó la
soga con la navaja y desde la casa más cercana llamó al doctor Henry, aunque
debería haber avisado a la policía. Esa tarde regaló los palos y jamás volvió a
jugar al golf.
No sé hasta qué punto pueda ser punible citar/copiar estos amplios fragmentos de un libro. Desde luego, mi costumbre es copiar cosas que recomiendo, así que pienso que mi homenaje es algo positivo para el libro y el rendimiento de la editorial. No sé si alguien me sigue a mí por mis recomendaciones o mis citas, si así fuera, creo que, como no cito constantemente lo hago sólo de obras que creo muy selectas, las beneficio más que las pudiera perjudicar. El bien jurídico protegido resulta mínimamente vulnerado: no llegamos a 1/500 de la obra. Nadie dejará de comprar el libro satisfecho por lo que haya leído aquí, al contrario, puede que se interese por comprarlo (Adelanto argumentos por si algún día alguna editorial denunciara estas citas)
(...)
Mary está en vena afectuosa, los pajaritos cantan y el mundo es maravilloso. La B 12 parece surtir efecto, pero,
como suele decirse, uno debe ayudarse a sí mismo. Después de la inyección me
parece que disminuye la ansiedad y corro a ella con la botella de ginebra para
decirle que he bebido muy poco. Durante medio día estoy convencido de que la
raíz de mis males es una deficiencia vitamínica. Ahora que tomo B12 podré viajar
en tren, cruzar puentes, conducir por todas partes. Mary se muestra tierna y
afectuosa: ¿por qué no especular que seguiremos así para siempre? Paso dos
noches seguidas sin beber después de cenar, y al despertar por la mañana me
siento como un hombre nuevo. Aunque no lo busco con tesón, es maravilloso tener
al menos una imagen de integridad, con montañas a ser posible.
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