Este año me pilló y a mi hija, que le gusta mucho la radio, le vocalizaba cuidadosamente todo lo que le decía aprovechando mi voz ronca, tan radiofónica.
Se pasa mal, como todos sabemos, aunque a la semana se olvida uno de casi todo, pero esas noches envuelto en sudor, esas toses agónicas, esos esputos agarrados a la garganta como zarzas, son instantes en que se pierde la compostura, aunque uno esté envuelto en sábanas, con manta de refuerzo y la calefacción a todo trapo.
Con mi paracetamol en la mesilla, y un vaso de miel con limón para suavizar la garganta, miraba la nieve caer y no pude menos que acordarme de Esteban Muñoz Gómez y de Basilio Navarro de la Fuente, los dos mombeltraneños que murieron en Mathausen-Gusen. En aquellas canteras, explotados hasta la muerte por nazis que no necesitaban gastar balas, ni inyectarles ningún veneno para hacer sitio a músculos nuevos. Ellos, que hubieran debido pasar su no pequeña ración de frío en el Barranco, recogiendo la aceituna en sus pequeños olivares, estaban ahora rodeados de tupida nieve helada con un horizonte de grandes piedras partidas, trabajando como esclavos vigilados por ametralladoras, teniendo que ver todos los días morir a compañeros, sin percibir sino el desprecio de los soldados alemanes que los vigilaban.
Pensar en una gripe en el invierno austriaco, dormido en un catre de madera, en un barracón de madera, con la ropa mínima, (a lo mejor me equivoco suponiendo que no tenían calefacción) me inducía una nueva tiritera y me arropaba más, dando gracias por haber nacido en 1964 en España.
Esteban y Basilio no volvieron nunca de Mathausen; yo ayer reanudé la poda de los frutales de mi huerto.
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