El sábado 5 de mayo a los bejaranos se
nos dio la oportunidad de ver y escuchar una zarzuela. Hubo lleno en la platea,
aunque poca gente en los anfiteatros; a doce euros la butaca, puede
considerarse buena entrada. Apuntaré significativamente que la menor del
público era mi hija, que tiene once años y la siguiente juventud no bajaría de
cuarenta, -probablemente de los cuarenta y cinco-. De cualquier manera, la mayoría absoluta del público -y también la
media, porque había gente de más de ochenta- andaría en la década de los 70.
Los amigos de la zarzuela de Valladolid
pusieron en pie para nosotros una garbosa y afinada zarzuela en un acto: “Agua,
azucarillos y aguardiente” con música de Federico Chueca. Tengo que empezar por
decir, (aunque es lamentable, pero es la incultura general que elegimos en la
contemporaneidad) que si a un español le preguntan a qué le suena “Chueca” dirá
que eso es el barrio gay de Madrid.
La zarzuela verdaderamente es muy gay, (creo
que su primera acepción es “alegre”) y tanto su lenguaje, como el tema que
trata, no son para nada ajenos a la realidad que vivimos: embargos, hipotecas,
autopréstamos para que otros le paguen a uno... No sé si se llama originalmente
así en la obra, pero uno de los personajes, un picador está en la cuadrilla del
torero apodado “Recortes”, imagino que el director de escena y actor Pedro
Zamora, aprovechó para escribir y clavar en el auditorio una morcilla sobre
esto mismo, alusiva a la penosa actualidad española. El chispeante libreto, del
zamorano Ramos Carrión, fue estupendamente interpretado y dicho sin micrófonos
intermediarios por el excelentísimo cuadro de actores, sin que
los baqueteados oídos del septuagenario auditorio dejaran de reír, con
el correspondiente estrépito, ninguna de sus gracias.
Nosotros estábamos en primera fila, muy cerca
del director musical Dorel Margu y del pianista acompañante José Ramón
Echezarreta, quienes también se “partían de risa” con la interpretación
hablada. Entiendo que estos profesionales ensayan sólo los números musicales y
no están presentes en los teatrales; de ahí que disfrutaran espontáneamente,
igual que el público, las gracias del texto.
No tengo dudas de que este texto zarzuelero,
(que yo desconocía, porque en los discos están solamente los números musicales)
bebe de las mismas fuentes y también es uno de los padres del humor -tan
actualizado y triunfante- de José Mota. Pero el arte de la zarzuela vive el ocaso, sólo mantenido
–aparte del teatro nacional de Madrid- por grupos de aficionados entusiastas
como estos amigos de Valladolid. Sin haber conquistado, como lo hiciera antes
de la guerra civil al público en general –la zarzuela fue otra de las víctimas
de la guerra que ganó Franco-, no llega al público nuevo de hoy que, de verdad
“no sabe lo que se pierde”.
Mantener compañías profesionales de –mínimo-
veinte personas, es una absoluta quimera.
Destacaré que esta “rama verdecida”, este
“milagro de la primavera”, ¡cómo no! a
Nuria Martínez, garbosa y racial mujerona de carácter, que lo mismo
canta, que baila, que habla; Alfonso Niño, contundente actor que es una injusticia que no viva o haya vivido
del cómico arte que nos desplegó. También la melindrosa y cristalina memez que
representaba Marina Chicano, de hermosísima voz, que lleva el papel de Atanasia
como verdadero guante, que le vaticinaron hace una centuria entre Ramos Carrión
y Chueca. Sé que no es justo no escribir los veintitantos nombres más que
primaron y secundaron este despliegue, -añadiré que hasta los niños lo bordaron-,
pero al que no quiero es dejar de repetir es el del limpísimo pianista: Echezarreta.
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