Hace un par de meses conocí a un tonto. Y,
cada día que le veo, reafirma
enfáticamente su propiedad de esas cinco letras.
No es el primero que conozco en mi vida, pero anteayer lo he reconocido en “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset:
(...) El
tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo; se parece discretísimo, y de ahí
la envidiable tranquilidad, con que el necio se asienta e instala en su propia
torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en
que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de
paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe
visión habitual con otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin
poros. Por eso decía Anatole France que el necio es mucho más funesto que un
malvado, Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás.
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