Hace tiempo escribí en este blog, y si no lo
escribo ahora, que el peor libro que puede leer un adolescente es el Werther, y
yo lo leí. Hace poco, lo compré y quise volver a leérmelo pero me aburría; no
me prendí de él, quizá se me cruzó otro.
Sabéis que el último que había leído,
“Te di la vida entera” de Zoé Valdés, había dejado una saturación de
exhuberancia vaginal, y no de su feroz
sentido del humor. Después cayó en mis manos “La puerta estrecha” de André
Gide. No tenía ni idea de lo que podía encontrar en ese libro; sólo sabía que
era un famoso autor francés o belga y después he mirado en una enciclopedia que
le dieron el premio Nobel. Encontrar un libro en muy buen estado, de 126
páginas de una buena editorial Orbis, por un euro, era una invitación. Sabiendo
que algo tiene calidad, me gusta al azar de descubrirlo.
Repito que tomé el libro sin esperar que me
encontraría otro Werther, y tampoco lo hice por descongestionarme de aquellas
humedades caribeñas, pero ha resultado. La novela es un amor puro, místico,
limpio, ascético..., un exasperante camino de perfección que al final se nos
revela, no sé si como tesis de hermosura o como lección, la monstruosidad que
engendra el perfeccionismo. Coincide mi lectura con el juicio a Andras Bredik,
el criminal nazi noruego, un camino de perfección en el asesinato de sus
enemigos: los socialistas, los progres, los amigos de los extranjeros, de la
interculturalidad, los que estropean y corrompen la esencia nacionalista
europea. (Pulsiones que están sembrando en España, cadenas de televisión como
Intereconomía, y otras de la TDT.) En la mente de un exaltado romántico como
Bredik, una plaga de antipatria, que él se encargó de extirpar. Deliberadamente
no se mató para convertirse no sólo en el mártir, también en el propagandista
de sus ideas, de las que lamentablemente resultará un campeón universal. No sé
como se consiente esto.
Este francotirador maldito mató 70 hijos e
hijas como mi hija y me duele y me da tanto miedo que haya existido, como la
semilla que siembra. Quiero envejecer lo menos posible para defender a mi
hija, pudiéndome enfrentar a gente como
ese perfeccionista, que tiene mal colocadas sus ideas y que se preparó para ser
un virtuoso del asesinato y, como Mohamed Atta,
lo consiguió por encima de sus propias expectativas. Desgraciadamente, -
a ver qué hacen los poderes públicos con ello- es demasiado fácil alimentarse
de odio, de técnica y hasta de sicología para ejecutar el mal.
La obra de André Guide (a un hombre de 47
años como yo, que llevo desde los 20 con la misma novia, compartiendo el amor,
la ilusión, los celos, los desgastes y también los descubrimientos, las
conquistas materiales, la cultura, la paternidad y maternidad; en suma: la vida
con sus altibajos, sus crisis y sus reconciliaciones, también el sexo, quizá
más importante su cemento ahora que cuando éramos jóvenes... pongo puntos
suspensivos porque mi relación con Pilar solo se perfeccionará con la muerte,
mientras tanto seguiremos es esta humana, -que no divina- relación ) resulta lunática, estúpida, infantil; el
amor, la vida, no son eso. Si en algún caso fuera, (por ejemplo, de quince a
treinta años) tan estrambótica y quijotesca, a los treinta y uno el poseído
abominaría de aquello con vómitos y dolores de cabeza. A los cuarenta no creería
haber tenido esos sentimientos y haberse drogado con esas locuras.
El romanticismo es un condimento, no puede
ser la comida con la que nos mantenemos. Debe aportar la graciosa luz de su
chispa; es sugerente y da calor una
hoguera de romanticismo, pero un incendio forestal o quemarse a lo bonzó es una
catástrofe, que se padece en el momento, al día siguiente y por muchos años.
La pánfila romántica coprotagonista escribe
cosas así:
Y me
pregunto ahora si ésta es la felicidad que yo deseo o mejor el camino hacia
dicha felicidad. ¡Dios mío, guárdame de una felicidad que podría alcanzar
demasiado aprisa! Enséñame a aplazar hasta ti mi felicidad.
Con una asombrosa clarividencia escribe cosas
así: Me gustaba estudiar piano porque me parecía que podía mejorar cada día
un poco. Tal vez radica también ahí el secreto del placer que experimento al
leer un libro en lengua extranjera. No obedece sin duda a que yo prefiera
cualquier otra lengua a la nuestra, ni a que aquellos de nuestros autores a los
que admiro me parezcan inferiores a los extranjeros, sino a que la ligera
dificultad en la captación del sentido y de la emoción, tal vez el orgullo
inconsciente de vencerla y de vencerla cada vez mejor, añade al placer del
espíritu no sé qué contentamiento del alma, del que me parece que no puedo
prescindir.
Por dichoso
que sea, no puedo desear un estado sin progreso. Imagino la felicidad celestial
no como una fusión con Dios, sino como una aproximación infinita, continuada...
y, si no temiera jugar con las palabras,
dirá que yo iba a rechazar cualquier felicidad que no fuese progresiva. A pesar de estar cerca de la blasfemia,
sugiriendo que rechazaría la perfección de Dios, no saca conclusiones.
Uno, que es muy Sancho y lo último que ha leído es
Zoé Valdés, diría que esta idiota se hizo una paja y sacó la conclusión de que
lo mejor está antes de correrse, y por tanto, no quiere volver a perder aquélla
sensación. Sigamos leyendo:
No Jerome,
no. Nuestra virtud no se esfuerza para conseguir una recompensa futura: no es
una recompensa lo que busca nuestro amor. Para el alma bien nacida resulta
ofensiva la idea de recibir una remuneración a cambio de su sacrificio. La
virtud no es tampoco para ella un
adorno; no, es la forma de su belleza.
(...)
¡Señor!
Avanzar hacia ti, Jerome y yo, el uno con el otro, el uno por el otro, caminar
a los largo de la vida como dos peregrinos, de los cuales uno a veces dice al
otro. <<Apóyate en mi, hermano, si estás casado>> alo que el otro
responde; <<Me basta con sentirte junto a mí>>... ¡Pero no! ¡El
camino que Tú nos enseñas, Señor, es un camino estrecho, tan estrecho que no
pueden avanzar dos uno al lado del otro!
Ya sabéis que no me gusta destripar los libros, ya
que destripé el título, no creo que destripe mucho diciendo que obviamente, esta mujer se muere, -virgen y
gozosa en sus aplazamientos- después de estropear el amor tan bonito que
prometía el libro al principio. Y deja al novio amargado, pero no arrepentido
de haber estado toda su juventud alrededor de este amor tan sublime. El chico
habla con la hermana de la novia de diez años después de la muerte, ella dice:
(...) si te
he entendido bien, pretendes seguir fiel al recuerdo de Alissa.
Estuve un
momento sin contestar.
-Quizá mejor
a le idea que ella se había formado de mí... No lo consideres un mérito. Creo
que no puedo actuar de otra manera. Si me casara con otra mujer, sólo podría
fingir amarla.
El libro acaba con esta frase:
Entró
una criada que traía la lámpara.
Espero que alguna criada en los próximos 20 años
lleve una lámpara –la lámpara del Guernica de Picasso- a Andras Bredik, para
que salga a la realidad, antes de que le dejen salir a la calle.
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