lunes, 30 de abril de 2012

"La puerta estrecha" de André Gide


Hace tiempo escribí en este blog, y si no lo escribo ahora, que el peor libro que puede leer un adolescente es el Werther, y yo lo leí. Hace poco, lo compré y quise volver a leérmelo pero me aburría; no me prendí de él, quizá se me cruzó otro.

Sabéis que el último que había leído, “Te di la vida entera” de Zoé Valdés, había dejado una saturación de exhuberancia vaginal,  y no de su feroz sentido del humor. Después cayó en mis manos “La puerta estrecha” de André Gide. No tenía ni idea de lo que podía encontrar en ese libro; sólo sabía que era un famoso autor francés o belga y después he mirado en una enciclopedia que le dieron el premio Nobel. Encontrar un libro en muy buen estado, de 126 páginas de una buena editorial Orbis, por un euro, era una invitación. Sabiendo que algo tiene calidad, me gusta al azar de descubrirlo.

Repito que tomé el libro sin esperar que me encontraría otro Werther, y tampoco lo hice por descongestionarme de aquellas humedades caribeñas, pero ha resultado. La novela es un amor puro, místico, limpio, ascético..., un exasperante camino de perfección que al final se nos revela, no sé si como tesis de hermosura o como lección, la monstruosidad que engendra el perfeccionismo. Coincide mi lectura con el juicio a Andras Bredik, el criminal nazi noruego, un camino de perfección en el asesinato de sus enemigos: los socialistas, los progres, los amigos de los extranjeros, de la interculturalidad, los que estropean y corrompen la esencia nacionalista europea. (Pulsiones que están sembrando en España, cadenas de televisión como Intereconomía, y otras de la TDT.) En la mente de un exaltado romántico como Bredik, una plaga de antipatria, que él se encargó de extirpar. Deliberadamente no se mató para convertirse no sólo en el mártir, también en el propagandista de sus ideas, de las que lamentablemente resultará un campeón universal. No sé como se consiente esto.

Este francotirador maldito mató 70 hijos e hijas como mi hija y me duele y me da tanto miedo que haya existido, como la semilla que siembra. Quiero envejecer lo menos posible para defender a mi hija,  pudiéndome enfrentar a gente como ese perfeccionista, que tiene mal colocadas sus ideas y que se preparó para ser un virtuoso del asesinato y, como Mohamed Atta,  lo consiguió por encima de sus propias expectativas. Desgraciadamente, - a ver qué hacen los poderes públicos con ello- es demasiado fácil alimentarse de odio, de técnica y hasta de sicología para ejecutar el mal.



La obra de André Guide (a un hombre de 47 años como yo, que llevo desde los 20 con la misma novia, compartiendo el amor, la ilusión, los celos, los desgastes y también los descubrimientos, las conquistas materiales, la cultura, la paternidad y maternidad; en suma: la vida con sus altibajos, sus crisis y sus reconciliaciones, también el sexo, quizá más importante su cemento ahora que cuando éramos jóvenes... pongo puntos suspensivos porque mi relación con Pilar solo se perfeccionará con la muerte, mientras tanto seguiremos es esta humana, -que no divina- relación )  resulta lunática, estúpida, infantil; el amor, la vida, no son eso. Si en algún caso fuera, (por ejemplo, de quince a treinta años) tan estrambótica y quijotesca, a los treinta y uno el poseído abominaría de aquello con vómitos y dolores de cabeza. A los cuarenta no creería haber tenido esos sentimientos y haberse drogado con esas locuras.

El romanticismo es un condimento, no puede ser la comida con la que nos mantenemos. Debe aportar la graciosa luz de su chispa; es  sugerente y da calor una hoguera de romanticismo, pero un incendio forestal o quemarse a lo bonzó es una catástrofe, que se padece en el momento, al día siguiente y por muchos años.

La pánfila romántica coprotagonista escribe cosas así:

Y me pregunto ahora si ésta es la felicidad que yo deseo o mejor el camino hacia dicha felicidad. ¡Dios mío, guárdame de una felicidad que podría alcanzar demasiado aprisa! Enséñame a aplazar hasta ti mi felicidad.

Con una asombrosa clarividencia escribe cosas así: Me gustaba estudiar piano porque me parecía que podía mejorar cada día un poco. Tal vez radica también ahí el secreto del placer que experimento al leer un libro en lengua extranjera. No obedece sin duda a que yo prefiera cualquier otra lengua a la nuestra, ni a que aquellos de nuestros autores a los que admiro me parezcan inferiores a los extranjeros, sino a que la ligera dificultad en la captación del sentido y de la emoción, tal vez el orgullo inconsciente de vencerla y de vencerla cada vez mejor, añade al placer del espíritu no sé qué contentamiento del alma, del que me parece que no puedo prescindir.

Por dichoso que sea, no puedo desear un estado sin progreso. Imagino la felicidad celestial no como una fusión con Dios, sino como una aproximación infinita, continuada... y, si no temiera jugar con  las palabras, dirá que yo iba a rechazar cualquier felicidad que no fuese progresiva. A pesar de estar cerca de la blasfemia, sugiriendo que rechazaría la perfección de Dios, no saca conclusiones.

Uno, que es muy Sancho y lo último que ha leído es Zoé Valdés, diría que esta idiota se hizo una paja y sacó la conclusión de que lo mejor está antes de correrse, y por tanto, no quiere volver a perder aquélla sensación. Sigamos leyendo:

No Jerome, no. Nuestra virtud no se esfuerza para conseguir una recompensa futura: no es una recompensa lo que busca nuestro amor. Para el alma bien nacida resulta ofensiva la idea de recibir una remuneración a cambio de su sacrificio. La virtud  no es tampoco para ella un adorno; no, es la forma de su belleza.

(...)

¡Señor! Avanzar hacia ti, Jerome y yo, el uno con el otro, el uno por el otro, caminar a los largo de la vida como dos peregrinos, de los cuales uno a veces dice al otro. <<Apóyate en mi, hermano, si estás casado>> alo que el otro responde; <<Me basta con sentirte junto a mí>>... ¡Pero no! ¡El camino que Tú nos enseñas, Señor, es un camino estrecho, tan estrecho que no pueden avanzar dos uno al lado del otro!

Ya sabéis que no me gusta destripar los libros, ya que destripé el título, no creo que destripe mucho diciendo que  obviamente, esta mujer se muere, -virgen y gozosa en sus aplazamientos- después de estropear el amor tan bonito que prometía el libro al principio. Y deja al novio amargado, pero no arrepentido de haber estado toda su juventud alrededor de este amor tan sublime. El chico habla con la hermana de la novia de diez años después de la muerte, ella dice:

(...) si te he entendido bien, pretendes seguir fiel al recuerdo de Alissa.

Estuve un momento sin contestar.

-Quizá mejor a le idea que ella se había formado de mí... No lo consideres un mérito. Creo que no puedo actuar de otra manera. Si me casara con otra mujer, sólo podría fingir amarla.

El libro acaba con esta frase:

Entró una criada que traía la lámpara.



Espero que alguna criada en los próximos 20 años lleve una lámpara –la lámpara del Guernica de Picasso- a Andras Bredik, para que salga a la realidad, antes de que le dejen salir a la calle.


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