Esta semana he vuelto de unas vacaciones que me restaban del año 2019. La semana se me ha hecho larga hasta llegar al jueves. El trabajo acumulado, la obligación de madrugar, la sujeción al horario, las rutinas... y solo es jueves.
En plena temporada las semanas se van volando, tanto o más que los fines de semana que, para mí empiezan los viernes sobre las tres de la tarde cuando llego a casa. Esas semanas en las que devengo sueldos, acumulo jornadas de cotización para mi jubilación y los días se escapan de una forma líquida o al menos semisólida, de repente me doy cuenta de que es jueves y pronto tendré dos días y medio libres.
Pero ¿dónde se escapan los días?: al sumidero de la impotencia y de la muerte propia y de los que me rodean. Ya no me ilusionan los nuevos cantautores, ni los nuevos torneos deportivos, tampoco puedo mirar sin una sensación de incesto a las niñas que se hacen mujer, (es porque tengo una en ello) así que tengo que mirar a las viejas, cada vez más ¿cuantos años tendrá Sofía Loren? . Disfruto la agridulce nostalgia de escuchar por la tele antiguas canciones o encontrar imágenes de personas que fueron jóvenes conmigo.
Lo bueno de que se haga tan larga esta primera semana es que parece que estoy viviendo más tiempo.
Y tiempo habrá de descansar cuando me toque.
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