domingo, 1 de diciembre de 2019

UN MOMENTO CUMBRE

Ayer viví un momento cumbre, pero otro día lo escribiré. Media hora antes había comprado siete libros, y como nunca perdono un Umbral, uno de ellos fue este:

Esta mañana me agarré a él;es un libro de entrevistas a personajes importantes en la España de 1985, hechas por este reconocidísimo escritor. Están Carrillo, Areilza, Vilallonga, Cela, etc y no sale la Guerra Civil. Gentes que actuaron destacadamente en ella: Areilza fue nombrado alcalde de Bilbao al ocuparla los franquistas, Cela estaba muy marcado (San Camilo 36), Vilallonga tuvo que participar en un pelotón de fusilamiento, de Carrillo no voy a decir nada, porque parece que, para mucha gente, la guerra ahora es él. Todos estos y alguno más seguro que fueron tan severamente afectados por este acontecimiento, cincuenta años después lo soslayaban considerándolo un tema improcedente, caduco, para que no marcara aquel presente; muy español, por cierto. Había una sola televisión y eso hacía que España viviera una sola realidad central. No sé si será por deformación profesional, pero me parece que la Guerra Civil ahora respira más viva que lo que se respiraba en esos tiempos, y  los nietos que casi ni conocimos a Franco, no digamos los biznietos, pidamos cuentas o defiendan con uñas y dientes, como si no hubieran pasado ochenta y pico de años, y treinta y cinco años más que cuando se realizaron las entrevistas.

El libro, que es a lo que voy, se lee a grandes trancos, picoteándolo, como una bandeja de dulces navideños en la que seguro que al final se me terminarán quedando un par de personajes como roscos de vino (nunca he entendido para qué fabrican ese dulce que nadie quiere más que por que no hay otra cosa).
Entre los entrevistados en el libro hay dos figuras que estuvieron a metro y medio de mí. Este regalo nos sucedió en Zaragoza, una tarde de sábado de la primavera de 1999. Mi novia y yo fuimos a un acto universitario que tenía dos convocatorias cinematográficas simultáneas. La primera, una conferencia del director de cine José Luis García Berlanga y, en otro lugar, la proyección de una película de dibujos animados japoneses El viaje de Chichiro. Entonces  los universitarios sabían mucho del séptimo arte: casi todos escuchaban por las noches en la radio el consultorio de Carlos Pumares, y lunes no fallaban a la proyección y al cineforum de José Luis Garci y su programa "¡Qué grande es el cine"! aunque acabara a las tantas de la mañana.

Resultaba que el salón de actos estaba abarrotado de gente pujando por entrar para ver en persona la conferencia de Berlanga con Alfredo Landa, y la película japonesa a la que pocos hacían caso, nos ofrecía el confort de una proyección en una pequeña sala donde podíamos sentarnos y elegimos verla. Nos gustó.

Pero es legendaria la entrega de Berlanga hacia el público. Según dicen aunque se prodigaba poco en este tipo de actos, cuando lo hacía entraba hasta la bola. Nosotros lo comprobamos: no era cicatero, la inacabable capacidad de contar anécdotas, incluso de polemizar con algún estudiante sobre si este actor era mejor que este otro, hicieron que acabada la proyección de la película japonesa, todavía siguiera la conferencia con las preguntas de los estudiantes tan  generosamente contestadas por el gran director español. Otros estudiantes habían abandonado para entonces el acto y pudimos entrar a presenciar el final de las preguntas y respuestas, todas dirigidas al insigne director. Salieron a la calle y una nube de incondicionales seguía idolatrando a Berlanga, mientras Alfredo Landa estaba apartado a un lado sin que nadie le hiciera caso. Nosotros también queríamos acercarnos al genio, pero como un par de horas antes, elegimos la opción B. Fue muy amable, y era él mismo, parecía mentira pero estaba ahí, igualito que en las películas, gesticulando para nosotros y poniendo voces. Ahora me parece increíble. No recuerdo qué le preguntamos, (uno nunca lleva las preguntas preparadas cuando se encuentra a un personaje) pero él trataba de seducirnos con sus contestaciones, incluso llegó a preguntarnos por algo de nuestra vida, por no dejar morir la conversación.
No niego que puede que él  se sintiera compensado y con ganas de agradar humanamente a los que le elegimos por educación más que por preferencia, porque que alguien le hiciera caso mientras un grupo todavía nutrido seguía adorando al supergenio que, chapoteando su baño de multitud no se daba cuenta de que el pobre Alfredo estaba a la sombra hablando con nosotros, que le hacíamos compañía y le entreteníamos la espera, aunque ya no éramos universitarios.
Lo malo es que no recuerdo nada concreto de aquélla conversación, y tengo la inevitable duda de que mis preguntas hicieran justicia a lo que es tener enfrente a uno de los más grandes actores de la historia del cine español, cuya vida y filmografía ahora me sé, porque después nunca he perdido la ocasión de leer o ver programas que ensalzaran su figura. Leída hoy su entrevista me siento orgulloso de haberle visto actuar y hacer gracias como en tantos primeros planos que he disfrutado y seguiremos disfrutando. Hace más de veinte años; atardecía y cada vez me parece más un sueño.

Alfredo Landa, dibujo de José Luis Verdes para la entrevista de Umbral en el libro

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir una experiencia tan intensa y gratificante. Pero hay una cosa con la que estoy en absoluto desacuerdo: después del turrón de Jijona, el dulce navideño que más me gusta es el rosco de vino. (Y, en otro orden de cosas, la tortilla de patata sin cebolla)

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  2. Vale Cristóbal, los hacen para alguien, tenía que ser así; pero no me negarás que en la mayoría de las bandejas que te ofrezcan en penúltimo lugar nunca tienes problema para encontrar el dulce que te gusta. En lo de la tortilla de patata también discrepamos parcialmente, a mi me gusta que sepa a cebolla pero no encontrar trozos grandes. Un abrazo, y lamento haber leído este comentario cuando me falta todavía una hora para comer.

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