Hoy, que el presidente mejicano López Obrador ha exigido (en
idioma español, qué contradicción) que los españoles le pidamos perdón por lo
que hicimos con ellos hace 500 años, quiero aprovechar para pedirlo yo:
1.- En primer lugar a la mitad de la humanidad femenina,
antepasadas mías, a quienes mis antepasados varones desde que bajamos de los
árboles y comenzamos a andar erguidos, sometieron y en muchos casos, y no siempre
en tiempos de guerra, violaron . Yo me reconozco con pesar, haber sido fruto de
miles de violaciones y en mi calidad de beneficiado por esos espermatozoides
invasores que con violencia o intimidación fecundaron los pacíficos óvulos
femeninos causantes de mi historia, quiero dedicar un silencioso renglón de
puntos suspensivos para lamentar ese dolor, esa rabia, partos con dolor
incluidos que, como varón, nunca sentiré:
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Quiero pedir perdón a mis antepasados vetones, por olvidar
su lengua al aprender el latín. A mis antepasados latinos quiero pedirles perdón
por no hablar exactamente su lengua porque alguna palabra autóctona se quedó
para enturbiar su hermosa lengua. Pido perdón a mis antepasados visigodos,
suevos, alanos y vándalos, por despreciar casi toda su lengua en beneficio de
la derivada del latín que seguimos hablando en esta península a pesar de las
invasiones. Lo mismo les digo a mis antepasados musulmanes: árabes y
norteafricanos, de quienes tampoco tomé su religión, pero sí muchas palabras
que empiezan por “al”. Supongo que les será doloroso que no haya rezado nunca
mirando a la Meca y que me guste tanto el jamón.
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Quiero pedir perdón a todos mis parientes y antepasados
judíos, por el mal trato y la expulsión de 1492 y porque me guste no solo el
cerdo, sino también los langostinos (aunque solo acostumbre a comerlos en
navidad).
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Quiero pedir perdón, por fin a todos los americanos del
centro y del sur por imponerles mi lengua, llevarles mis caballos, mi trigo, mi
café y por tomarles prestadas muchas más cosas como el maíz, el tomate, el
pimiento, la patata... Quiero pedirles perdón por acabar por la fuerza con sus
folclóricos sacrificios humanos, y por llenarles las ciudades de iglesias,
palacios y casas coloniales. Sobre todo les pido perdón por haberles llevado la
guitarra, ese ruidoso instrumento; tan adictivo que mi madre considera que de
no haberse cruzado sus entretenimientos en mi camino adolescente hoy a lo mejor
sería yo el juez que estuviera juzgando a los catalanes del procés y no
un funcionario interino en Candelario.
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Quiero pedir perdón a los moriscos que expulsó Felipe III en
1603 hacia África; a todos los judíos conversos, a todos los protestantes y
anglicanos con los que peleamos los españoles en el siglo XVI.
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Quiero pedir perdón a los romanos por el Saqueo de Roma que
hicieron las tropas imperiales de Carlos V. También pido perdón a los franceses
muertos en la batalla de Pavía y en la de San Quintín, a los turcos masacrados
en la batalla de Lepanto y, ¿por qué no? a los holandeses de Breda, solo
recordados por el cuadro de Velázquez, (les pido también perdón por la
usurpación de su privacidad y sus derechos de imagen para este cuadro que
seguramente la corte española no abonó en su día).
Quiero pedir perdón a los aragoneses por la ejecución de
Lanuza, justicia mayor de Aragón, a los valencianos por la represión de las
Germanías, a los catalanes por la guerra y ejecuciones que les hizo el
conde-duque de Olivares.
Quiero pedir perdón a todos los europeos que generosamente
vinieron a luchar y a morir a primeros del siglo XVIII en la guerra de Sucesión
española para ver si imponían un “Austria” o un “Borbón”.
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Quiero pedir perdón a todos los franceses y tropas
mercenarias al servicio de Napoleón que murieron en las batallas o en las
emboscadas que sufrieron mientras nos invadían para saquear y destruir nuestras
riquezas y traernos el progreso de su revolución.
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Quiero pedir perdón a todos los carlistas que mataron los
isabelinos en las numerosas guerras civiles del siglo XIX.
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Quiero pedir perdón a los norteamericanos por la voladura
del Maine en el puerto de la Habana, que les sirvió de pretexto para hacernos
la guerra y hundirnos toda la flota en el puerto de Santiago de Cuba.
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Quiero pedir perdón a los cubanos y puertorriqueños, por no
haberles vendido a los de USA por unos cuantos millones como hizo Rusia con
Alaska y empecinarnos en hacer la guerra que tantos muertos y deprimidos nos
dejó.
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Quiero pedir perdón sinceramente, directamente, a los
marroquíes que matara o hiriera mi abuelo Joaquín Mayo Velayos en esa guerra
estúpida que les hacíamos hace aproximadamente cien años.
así de entero y de guapetón (es el del bigote), llegó a África
después del padecimiento que sufrió al estar sitiado unos días en una loma sin agua se quedó así de delgado
Sobre la guerra civil no pido perdón. Mi abuelo Joaquín no
pudo participar porque era viejo y mi abuelo Baldomero, como tenía dos hijas y
un hijo, la pasó en retaguardia, a veces custodiando prisioneros, pero estoy
seguro de que, buena persona y además votante del Frente Popular como fue,
trataría lo mejor que pudiera a esa gente.
Quiero pedir perdón a todos los que no he recordado por no
saber la suficiente historia.
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PD. No puedo pedir perdón
por el oro o la plata expoliados por mis antepasados. En mi casa no existen
joyas de familia. No heredamos nada, así que
la plata de América se la gastarían los reyes Austrias en esas guerras del
religión del siglo XVI o nos lo quitarían los napoleónicos entre tantas cosas
que saquearon a primeros del siglo XIX. Me da igual ese metal; lo que más me
molesta de estos saqueos de los franceses es que se llevaran El matrimonio
Arnolfini de Van Eyc, total para terminar en la National Gallery de Londres,
con la buena compañía que volvería a hacer al Descendimiento de Van Der Weyden y al Jardín
de las Delicias de El Bosco. A ver si se pone de moda el perdón y nos lo devuelven
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