Malos tiempos para darlo en pensar. Ayer se cayó otro avión con más de 100 pasajeros en África y parece que no hay supervivientes. Llevamos cuatro en muy poco tiempo. Primero está el que se cayó al océano (casi seguro) o en una jungla impenetrada de Malasyan Airlines (aunque habrá quien piense que lo abducieron unos extraterrestres), que hasta que no encuentren sus restos estará siempre en el primer plano de la referencia. Luego tenemos el derribado en cielos de Ucrania, un crimen de guerra o de guerrilla. Hace menos tiempo, otro de Taiwan, en el que hubo algún superviviente y, ahora, este avión de una compañía española Shiftair, que se parece tanto a Suissair, que esta compañía lo notará negativamente, sobre todo en países como el nuestro que no se sabe muy bien (yo el primero) ni leer, ni entender inglés.
Esto está en nuestra cabeza. Es una mala racha: quizá se caiga algún otro antes de que volemos a Roma, se supone que cuantos más se caigan ahora, menos posibilidades estadísticas tenemos de que se caiga el nuestro. Lo saludable para nuestras cabezas sería vivir cerca de un aereopuerto y ver que cada cinco minutos sale o despega un avión y no son noticia porque todos llegan. Supongo que hay una posibilidad entre 100.000 de que nos matemos en el viaje.
Un conocido que se iba a Estambul de viaje de novios poco después de un atentado me dijo, con razón: ahora es el mejor momento para ir, porque habrán redoblado las medidas de seguridad.
¿Sí, pero quien se lo quita de la cabeza?
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