Sigo hablando de aviones y no creo en malos farios de bromear con este tema. Ahora se trataba de contratarlo en agencia de viajes. El jueves sondeamos una y nos dio un precio que nos convencía, pero alguien nos sugirió que miráramos en otra que, si aparentemente es más cara, están afinando precios y podía salirnos más barata.
Allí fuimos y esperamos un poco porque había gente. Buena señal. Nos recibió una chica joven, de diseño, hermosa cara, piel finísima, ojos discretamente pintados, pelo ordenado, joyas discretas, y la voz, los gestos, la simpatía, la atención, tan cuidados como cabe esperar en una marca como la que representa. Empezó por querernos vender excursiones en Roma por 50 euros y nosotros inmediatamente acotamos el que queríamos el viaje y el hotel. No descompuso la figura, se puso a buscar, nos calculaba hoteles cómodos, bien de precio y conocidos de su empresa. Todo muy bien, sonrisas y esperanzas a ambos lados de la mesa, comentarios, consejos: muchos cliks en el ratón del ordenador, la cosa se iba concretando, estábamos cómodos y las perspectivas eran convincentes.
Llegó el momento crucial y la chica imprimió las hojas con los presupuestos de los dos hoteles que habíamos elegido. Un par de folios por opción. nos mostró la hoja 1 donde se detallaban los servicios que íbamos a contratar, satisfactoriamente los repasaba para nosotros. Pero llegó el momento del penalti; en la segunda hoja estaba el precio. Ya los ojos de nuestra atención no miraban más características. La cantidad era bastante superior a la otra compañía. Considerablemente superior. Todos nos habíamos dado cuenta: yo replegaba velas, "ya lo pensaremos" y el gesto de intentar levantarme, (no sé si llegué a mover la silla un poco hacia atrás), la chica estaba preparada: le habrá pasado muchas veces..., pero mi mujer insistió como diciendo <<pobrecilla con lo maja que has sido, queríamos haber contratado contigo>> pero realmente dijo: "¿no nos podrías buscar otro hotel un poco más económico aunque esté más lejano?
Ahí todo se estropeó, la chica se puso nerviosa: estaba segura, (lo estábamos a ambos lados de la mesa) de que no iba a conseguir vendernos nada, pero la "piedad" de mi mujer dándole otra oportunidad le obligaba a precipitarse, ya su pelo no estaba tan ordenado, ni su piel era tan fina, no daba los clics adecuados y sus consejos eran balbuceos acelerados, todo el glamour se despatarraba, caía inexorablemente como la primera torre del las gemelas de Nueva York. En nuestro lado de la mesa, yo pisaba el pie de mi mujer "por favor no sigas dando coba" y la chica con los ojos agachados seguía pinchando en hoteles sin acertar en ninguno, al final, tras otros horribles cinco minutos sin esperanza, volvió a imprimir otra hoja que también superaba con cierta amplitud el presupuesto de otra compañía. Ni lo miramos, dábamos las gracias con una gentileza impostada no de tanta calidad como la gentileza profesional, ya despeinada, de nuestra comercial frustrada. Hasta nos olvidábamos del presupuesto y del folletón con las fotos. Pero al final lo recogimos: Fue una basura de tiempo, todo se había podrido y apestaba, con la de cosas que teníamos que hacer en Salamanca, con el hambre que teníamos todos. Los pensamientos de la chica sonaron como campanadas de duelo. Y yo no me ponía rabioso por esta innecesaria prolongación de agonía, porque pensaba en cómo reflejarlo en el blog.
Aunque maldecía internamente.
También me dio mucha pena de la chica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario