lunes, 14 de enero de 2013

NOCHE DE REYES


Estas vacaciones he estado leyendo el prodigioso Diario de Ana Frank.

Sabiendo el final, (uno sabe que acaba muerta en un campo de concentración) con esta hermosa foto en la portada cada vez que enfrentaba su lectura, viendo la cantidad de sentimientos positivos, de ilusiones por estudiar, aprender, por leer (uno lee para el futuro, no creo que si yo supiera que me voy a morir en veintitrés meses perdiera mi tiempo en leer o estudiar) resulta una lectura emocionante y provechosa. Uno siente que está viendo su vida cotidiana, llena de pulsiones vitales, mientras acecha esa terrible e injusta muerte.

El libro está escrito con una eficacia sospechosa. Ana Frank tuvo que tener unos padres y unos maestros maravillosos para ser así a los trece años, así de sincera, así de constante, así de reflexiva. Es una lectura muy recomendable para toda persona de diez a cien años, salvo para los alemanes, que no podrán evitar un sentimiento de culpabilidad.

Es demasiado bonito para ser falso: es como los reyes magos; no quiero ser aguafiestas, pero un descreído como yo, duda. Voy a destripar un poco el libro: justo después de su primer intento homosexual en el que Ana propone tocarse los pechos a una amiga, (escena que no sería muy aceptable para los lectores de los años cuarenta, cincuenta sesenta, setenta... hoy ya sí) Ana nos gira hacia su primera atracción heterosexual y enamoramiento del único varón que tiene a mano. En ese momento de la lectura me pareció una compensación artificial, y me puse a pensar en que este libro tan recomendable fuera escrito en mucha más parte de la simple corrección y edición, por su descubridor, su padre. Un maravilloso libro que nos contara desde el punto de vista de su hija el encierro en aquella “casa de atrás” camuflada en una oficina donde se desarrolla todo, un laboratorio sociológico que el padre como tal vivió, por lo tanto pudo recrear metiéndose en la piel -más comercial- de su hermosa hija que se encuentra  en esa sensible encrucijada de temores, miedos y  esperanzas, que es la adolescencia.

Sería bonito que existiera el cielo, porque hay gente que se lo gana; pero yo con mi razón, no me lo creo. Lo mismo sucede con el diario de Ana Frank, tan bonito, tan recomendable, tan instructivo. Mi primer acercamiento a él fue hace treinta y tantos años, en las fichas de las clases de religión de cuando yo cursaba séptimo u octavo de EGB,  doce o trece años: como la supuesta autora.

Quiero que sea verdad, como desearía que lo fueran los reyes magos, como desearía el cielo para toda esa gente que lo merece, y que uno de los libros más leídos y más importantes del siglo XX no sea una falsificación, (porque no sería lo mismo leerlo sabiendo que no es una auténtica adolescente quien lo escribió, aunque lo viviera auténticamente, ya no sería lo mismo).

Los que me seguís ya recordaréis que también me saltó el chivato en la lectura de los recién descubiertos diarios de Alcalá Zamora. Soy, pues, un escéptico, un descreído, un desengañado, ¿será que me estoy haciendo viejo?

 

Aún no he terminado de leerme este hermoso libro y quisiera seguir disfrutándolo con la misma virginidad intelectual que tenía hasta que, en esa sucesión de pasajes me asaltó la duda. Así que me diré que no puedo pretender, en 2013, ser un original abogado del diablo. Esto que yo he pergeñado en mi mente, lo habrán pensado muchas personas en estos sesenta y tantos años, máxime teniendo en cuenta que no se conocen muchas adolescentes tan excepcionales como Ana Frank. Y habrá quien lo haya desmentido reafirmando su autenticidad. Supongo que existirán los manuscritos y estudios muy contrastados para desmentir todas las dudas de los muchos incrédulos que hayan abordado el diario, que debe estar custodiado en una fundación suiza que lleva todo lo relativo a esta obra tan ejemplar.

Recomiendo encarecidamente este libro, y no sé si debo publicar este artículo, porque podría destripar la ilusión lectora de algunos de vosotros. Perdonadme si lo he hecho.

 

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