La escasez siempre fue más fructífera
que la abundancia. No sé si esta paradoja está patentada, si no fuera así
quisiera proclamar mi paternidad sobre ella. Según la he escrito he pensado en
la famosa crisis que nos ahoga y que muchos de ahora no sabrán vivir en la
escasez, tan acostumbrados como estuvieron a la abundancia que, al contrario
que la escasez, -abundo- hace aprender muy poco. Recuerdo el ejemplo que en mis
lejanas clases de economía me pusieron sobre el valor de los cigarrillos-moneda
en un campo alemán de prisioneros ingleses en la II Guerra Mundial. Toda la
inmensa e ingeniosa historia, (préstamos, adulteraciones, carestías y especulaciones cuando no llegaban
los envíos de la Cruz Roja o había bombardeos en la vías de comunicación....,)
que se elaboró con aquella escasez acabó cuando entraron los aliados y
liberaron el campo trayendo cientos de cigarrillos. Recuerdo mi impresión de
que el autor sentía melancolía de aquellas estrecheces que fueron tan
importantes en esa época de su vida.
Pero yo quería hablar de las cintas baratas
que amamantaron mi melomanía, aún antes de poseer una radio con frecuencia
modulada que me permitiera escuchar Radio 2, la que hoy se llama Radio Clásica.
Eso fue bastante tiempo atrás de que lograra tener un casete que grabara
directamente de la radio. Después llegarían el casete de doble pletina, un
Phillips, para duplicar cintas, eso
sería allá por el año 89, lo que ya culminaría en el año 92 con mi primer
equipo de música: tocadiscos, doble pletina, radio y lector de cd. Fue la
definitiva abundancia, aunque por el año 2001, ya me compré un ordenador con
grabadora de cd.
Nunca me he bajado música de internet. No sé,
no tengo, y no necesito (creo).
Vuelvo a mi incipiente melomanía con un
casete Sanyo, negro y monoaural. Yo
quería escuchar música clásica y no estaban a mi alcance las cintas de
Deustsche Gramophon con su sempiterno e infalible Herbert Von Karajan: costaban
695 pts. Me resignaba a ir al Rastro de los viernes en Ávila a comprar por 125,
(no todas las semanas podía) una cinta que escuchaba y memorizaba los sábados
por la mañana, que me quedaba en la cama. A mi hermano ni le gustaba ni le
molestaba, pero me veía disfrutar y empezaba a llamarme “Beethoven”. Yo
absorbía aquellas cintas, que aún se oyen bien, editadas en España bajo
licencia Movieplay Everest y desconocía que aquella versión, que hoy he podido
saber por internet que fue grabada veinte años antes, era del Londres
prebeatelino en 1960.
Aunque lo gozaba mucho, algunas veces se me
aparecía el fantasma de que lo mío, lo
barato, no podía ser lo mismo que la Filarmónica de Berlín y Karajan en el
sello amarillo, que eran las versiones que ponían en el programa de onda media
“Clásicos Populares”, las cintas y discos LP que se regalaba la gente, las que
escuchaban los melómanos. Yo tenía que conformarme con Josef Kirps y The London Sympony Orchestra. Recuerdo la festiva
Séptima, el inmenso crescendo del tercer movimiento de la Quinta, y la monumental
y orgánica Novena, con las que llenaba la habitación de gloria, hasta que venía
mi madre para decirme que me iba a volver tarumba con ese musicón.
Yo odiaba, como la zorra a las uvas, la
versión de Karajan; para mí era como el
Real Madrid, y sus defensores eran como la gente del Real Madrid. Existía la
orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Karl Böm que venía a ser algo como
el Barcelona, no tan opresivo en su presencia, pero igual de caro. Más tarde,
mucho más tarde, supe que había mucha gente significativa que, quizá por
motivos edípicos o por hacerse los especiales, renegaban del monopolio Karajan
y preferían otras versiones menos manidas. Un buen día sorprendí al, para mí,
gurú de Radio Clásica, José Luis Pérez de Arteaga, hablando muy bien de Josef Krips y de su
“legendaria integral de las sinfonías del músico de Bonn” y esa tarde me sentí
recompensado con retroactividad, mis disfrutes, hijos de la escasez, eran
ciertos, muy reconocidos, no habían sido en vano, ningún despilfarro. Hace
tiempo que no las escucho porque ya sólo tengo dos reproductores de casete
operativos en casa, (por fatiga de los motores eléctricos de los demás) pero
después de oír aquella crítica refrendé que siempre había tenido razón y ahora
en estas minivacaciones de fin de año voy a disfrutarlas.
Verdaderamente eran valiosas, como el resto de
mi vida pasada, aunque a veces parezca que necesite recordármelo en público.
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