Ya lo he dicho, cuando vuelvo del trabajo
estoy muy cansado para leer. No quiero hacerme el mártir -no lo soy- pero
necesito la belleza reconciliarme con la lengua española, con la hermosura, con
la inteligencia. El lenguaje jurídico es pomposo y mezquino a la vez. Para mí,
por lógica del trabajo alienante, además repetitivo y embrutecedor. No
comentaré nada sobre las sentencias y autos que me toca transcribir.
He tratado algunos ratos de bañarme en
literatura.
Aquí tenemos otra obra maestra o, al menos, a
mí me lo parece viniendo de ocho horas de miseria lingüística. Hace semanas
empecé a leer este libro con ganas y es muy ingenioso, muy gracioso, muy
berlanguiano, (ya que iban a admitir en la Real Academia este adjetivo) aunque
la obra es de 1931, cuando Berlanga y lo berlanguiano aparecieron a finales de
los cuarenta o ya entrados los
cincuenta. Sin quitarle ningún mérito al más grande cineasta español, ni a su
extraordinario guionista Rafael Azcona -a quien tanto debe-, es lo que tiene la
celebridad: arrasa y subsume a todos los aledaños (Atraco a las tres es
una de las mejores obras berlanguianas y su autor es José María Forqué) y aún a
los antecedentes: Wenceslao Fernández Flórez está aquí para afirmármelo.
Pero hoy, 6 de diciembre, día de la constitución, no vengo a reivindicar nada más que los días
de fiesta. Usaba este libro para dormirme y había llegado a comentar a mi
mujer: “está decayendo”, “no es tan
bueno como al principio”, “tengo ganas de acabarlo”. Hoy después de echarme una
buena siesta, por azar había perdido la señal por donde iba y comencé a leer un poco más atrás
y me resultó un texto nuevo, aunque ya lo había leído pero sin gasolina cerebral para asimilarlo. No me
resisto a copiaros (después de copiar tanta bazofia jurídica será un placer
copiar arte) un fragmento de texto digno del mejor Chejov, o del Baroja de la lucha
por la vida que me ha reconciliado con la literatura, con la frescura y el
descanso y conmigo mismo y con la ilusión de leer. Me reeleré el libro para
disfrutarlo como esta tarde, como se merece.
Germana contestó al recadero:
-Dígale usted que iré.
Y volvió a entrar, con una alegría que
brotaba de su propia decisión. Se había comprometido a asistir a la cita sin pensarlo, en un
repentino impulso, y su desesperación se
aplacó súbitamente. Se compuso en su pequeña habitación, con un moroso
acicalamiento; estiró sobre las piernas magníficas, con cuidado pueril, las
medias de seda, regalo de su galanteador; se miró en el espejo y quedó ante él
largo rato, como hipnotizada por sus propios ojos, grandes y oscuros. Le
pareció que aquella joven guapa y esbelta, reflejada en el cristal, era alguien
diferente a ella misma y dijo de pronto en voz alta;
<<con la virtud tan sólo no se vive,
hija mía>>
Era la
síntesis de sus reflexiones. ¿Dónde existía el galardón que en todas las
historias morales se reserva a los buenos? Tenía razón Amaro Carabel: nada se
conseguía pisando los duros caminos del sacrificio. Allí estaba ella, joven,
hermosa, sin una mancha en su conducta, resuelta a ganar limpiamente el dinero.
Los años pasaban. No tenía más que un traje raído, comía con escasez humildes
bazofias, aquella semana no podía pagar el cuchitril... Entonces ¿Cuál era el
lado bueno de la virtud? ¿Qué podía hacer?¿casarse con otro hambriento?¿Llenarse
de hijos? ¿Arrojarse, después una noche desde la ventana de su guardilla, o ir,
como Martina, a sumergirse en el Canalillo, eligiendo cautelosamente la hora en
que los guardas no pudiesen impedir que contaminase el agua con sus harapos?...
¡Al diablo todas las preocupaciones! Dentro de cincuenta años nadie se
acordaría de ella sobre el mundo y si después, en la otra vida le exigían
cuentas, podría decir:
<< Tú lo sabes todo, Señor; sabes lo que es
el hambre y el frío que entra en las buhardas de los pobres, y esa angustia que
llena el alma cuando el agua de los charcos se ha filtrado por nuestros zapatos
rotos y permanece todo el día helando los pies, y las ansias con que laceran
nuestra juventud los escaparates, los autos que pasan, los anuncios de los
espectáculos, que dardean luces de colores, como joyas con que se adornasen las
fachadas. También -ésta es la verdad- fui un poquito mala para no ser algún día tan mala como la pobre Martina que
al fin te devolvió airadamente la vida que le diste, porque la pobre no podía
más, Señor...>>
Aquel hombre
que ahora la esperaba, parecía bueno. Vestía bien, acaso con un poco de
ostentación; su charla, abundante y fogosa convencía; no era desagradable: el
negro pelo en anchas ondas, los grandes ojos oscuros redimían su rostro de un
exceso de vulgaridad....
PD. seguid leyéndolo vosotros en el libro por vuestra
cuenta, que yo no tengo mucho tiempo.
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