De seis y cuarto a siete y veinte de la
mañana viajo a la defensiva, (queriendo
prolongar el sueño del que me arrancó la alarma del reloj), con un gorro de lana estirado por toda la
cara pretendiendo amortiguar luces y ruidos. Busco, en la noche del gorro,
refugio en la nada o en la relajante fantasía,
a veces imagino detalles de una novela negra que acabo de discurrir.
También pienso en salvar asuntos que me esperan en el trabajo. No sé (creo que
no) si me he llegado a dormir alguna vez; sería
lo ideal.
Lo que me obsesiona un poco en esta
duermevela es apoyar toda la espalda contra el respaldo del asiento. Tantas
horas sentado en el trabajo, más las del autobús, se acumulan a mis
antecedentes como guitarrista y hacen que se me estén acentuando unas molestias
lumbares que ya se insinuaban.
Sé que en Madrid hay medio millón de personas
que (iba a escribir “viven”) mueren trayectos como el mío todos los días. Uno
necesita entrar dentro de la piel del otro para compadecerlos (como ahora hago
yo).
La Salamanca monumental donde está mi trabajo
me encanta. Salvo cuando ha llovido la paseo en la noche cambiando los
itinerarios para ver los reflejos de las luces en sus piedras doradas. Como soy
tan exhibicionista he querido reflejarlas y compartirlas con vosotros así que
me he llevado la cámara y el trípode.
Creo que es uno de los secretos de la vida:
hacer de la necesidad placer: sucede que no suelen abrirme la puerta de la
oficina hasta las ocho menos cuarto.
En unos soportales del convento de los
Dominicos, a la sombra del luminoso retablo de la iglesia de San Esteban, he
descubierto que duermen, entre viejas mantas sucias y renovados cartones, tres vagabundos. Creo que a uno, más joven que yo
y bastante corpulento, le he visto mendigar en la calle Prior. En otro lugar he
visto un cuarto mendigo que duerme en un cajero automático de la Caja de
Extremadura. (Escribo este nombre comercial por agradecimiento
humanitario).
Al comercio salmantino le ha pillado una crisis
al cuadrado, a la propia crisis (universal) la multiplica el que hace un par de
años se haya asentado el gigante del comercio español: El Corte Inglés. (creo
que esto ya lo he escrito en el blog)
Este otoño ya ha helado. Un día que llegamos
al dos bajo cero me acerqué a ver si los mendigos habían optado por pedir asilo
en algún sitio menos glacial, pero ahí
estaban como siempre. Veinte minutos después, en mi trabajo, una compañera al entrar de la calle
dijo: ¡qué frío hace!:¿a ver si con los recortes no han encendido la
calefacción?
Yo me sonreí pensando que entre nosotros, los
afortunados trabajadores del Ministerio de Justicia, carece de sentido hablar
del manido tiempo metereológico que –casi- no padecemos.
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