Los salmantinos o los charros.
No es fácil encontrar el salmantino popular en las clases altas y medias de la Universidad. Estos suelen tener el cogote alto, despegado del charrismo, y en sus maneras muestran la sabiduría y el orgullo de su historia: Fray Luis, Juan del Encina, Francisco de Vitoria, San Juan de la Cruz, Torres Villarroel, Espronceda, Tomás Bretón, Unamuno y otros que no me molesto en seguir buscando en mi cabeza.
Quizá la frase más famosa es de Cervantes: Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado. Esto es cierto. Y esa era la divisa de un bar que se llamaba o se llama Cervantes y que estaba en el primer piso de la Plaza Mayor. El favorito de los norteamericanos, yo sólo entré con mis amigas. Creo que estas chicas nos apreciaban, porque ya sabían que al salmantino popular no se le entendía tan bien como a nosotros: tienen un tonillo algo charro-mexicano y no pronuncian tan claras las consonantes como en cercanos lugares de Castilla: Valladolid, Segovia y Ávila (del Norte), por ejemplo.
A pesar de que son laístas como yo, y que cuando pides algo a un salmantino y no te entiende bien, te pregunta ¿lo qué? es el lugar favorito para aprender español; pocos van a ir a aprenderlo a Barcelona, a San Sebastián, a Santiago, a Sevilla, o a Granada. Además es una ciudad barata, muy amable de callejear y con una plaza que abraza. Uno se siente como entrando en un teatro, y además está viva, aunque también le afecte la crisis del comercio tradicional que han traído simultáneamente, la reciente instalación de El Corte Inglés y la megacrisis con mayúscula, que lo aplastan todo.
Un emblema de Salamanca es el tuno, con sus calzas ceñidas, sus cintas y su descaro, que a mí me recuerdan al la imagen del Estudiante de Salamanca, truhán, tahúr y bebedor, de Espronceda. Leí esta obra en el Bachillerato; no sé si el tópico ha adulterado un recuerdo tan difuso.
He visto muchos tunos borrachos, el ser tuno era caro, y además hacían novatadas, trataban mal las guitarras. Nunca me planteé serlo, aunque hubiera ligado más.
Otro emblema de Salamanca es el toro y las dehesas de toros bravos. En una de ellas, la de los Pérez Tabernero, los militarones golpistas de 1936 acordaron que el mandamás sería Franco, que luego se instaló a vivir en el Palacio Episcopal que hay enfrente de la Catedral. Cuando tomaron todo el Norte y el teatro de operaciones de la Guerra Civil se desplazó al Ebro, al Mediterráneo y Cataluña, el Caudillo se trasladó a Burgos.
Para terminar por hoy os dejo una muestra de poesía subpopular salmantina. Tomé la foto hace 15 años, no sé si existe ya esta pared o habrá sucumbido a la voracidad urbanística.
Conductor, peatón, sé prudente
El cementerio, está en frente
Velocidad máxima a veinte
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