miércoles, 13 de septiembre de 2023

Libelo teológico

 Una vez en la Biblia, o en las biblias apócrifas, San Pablo se cayó del caballo y vio la verdad de la religión. Yo la he visto una vez más hace unos días, aunque la llevo viendo íntimamente casi toda mi vida, pero nunca me había planteado sacarla de mí: sacar la santa espina (que es el nombre de una sardana) de lo adictivo de la religión católica.

Sí porque según entiendo yo que debe ser el opio, una sustancia que adormece, atonta y lleva a un nirvana de ingrávida placidez, la religión que mi madre ha padecido no es opio sino flagelación, exhaltación del dolor y el martirio, el santo temor de Dios que nos llevará hasta el cielo, "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Discrepo una vez más, de Marx. Lo adictivo es la sumisión, la obediencia, la expiación, el miedo, el oropel del sacrificio... y la esperanza de un premio por haber cumplido como buen seguidor del torturado Cristo.

He pasado unos días con mi madre que acaba de operarse de cataratas, y al limpiarle a ella la catarata yo he visto claramente -quiza por ser ahora yo un poco padre cuidador de ella-, el peso de la educación que sufrió y que, afortunadamente, no llegó a transmitirme. Una educación del sacrificio, del sufrimiento "vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero" que va derecha por este valle de lágrimas (un martirio "light" no como el de los santos: el fotogénico San Sebastián: un soldado romano que se convierte al cristianismo y sus compañeros le lanzan  siete flechas para que, vivo aún, las sufra en su cuerpo atravesado, para que llegando al cielo reciba "la palma del martirio") al cielo ¿qué será eso?.

Hay mujeres en el santoral con los pechos amputados en una bandeja, comidas por las fieras, machacado su cuerpo de mil maneras, que son santas por ello: por su piedad y por su aguante. Y las seguidoras de esta religión llamaron a sus hijas: unas adorables niñas recién nacidas pero con pecado original nombres como Dolores, Angustias, Tránsito, Socorro, Auxilio... 

¡Socorro! por favor.



Mi madre y la mayoría de las mujeres de su generación tienen a gala y como principal patrimonio lo que han sufrido como el carnet de sellos que se hacen ahora en el Camino de Santiago que se presenta en el cielo y te dan un título reconociéndolo. El título no merece la pena, es algo que dan otros, lo bueno de la vida es vivirla, disfrutarla de cuerpo presente; sufrirla lo menos posible.

Es terrible pero la religión proyecta la imagen de mi madre, y la de mis abuelas, abnegadas, sufriendo, de luto con un pañuelo negro que no dejara escapar su pelo, recuerdo la trenza de mi abuela Macrina rodeando su cráneo, porque tenía el pelo muy largo, de mujer, que se peinaba y trenzaba de nuevo antes de dormir pero en la calle no debía verse,  ¿por qué no hay chistes ni alegría en las santas escrituras?.

¡Aleluya!

No sé si la religión musulmana, la del burka y Mohamed Atta, es, al ser varios siglos más moderna una expresión exaltada y salvaje de la religión cristiana; me temo que sí, La humanidad debe dar gracias a que no ha surgido una nueva gran religión, salvo que así designemos al comunismo clásico que fue en el siglo XX, y se prolonga en algunos sitios en el XXI, un motor de infelicidad y crímenes por sus verdades axiomáticas y la promesa del hombre nuevo imbuído de fraternidad. Hoy leí que el sueldo mensual de un cubano no llega a pagar una docena de huevos, (que otros "roban" o sustraen del estado para poder vivir un poco mejor: sociedad más inmoral no sé si ha existido nunca).  

Pero no quiero despistarme: voy a por la religión católica que mi madre me enseñó a rezar, y la acompañaba con la espeluznante imagen de un reloj que hay en el infierno, cuya maquinaria repite sin cesar "sin fin, sin fin, sin fin"; yo escapé de eso mirando a la naturaleza, disfrutando del sexo, gozando con la música, dejando de confesarme primero y de ir a misa, después. Amo mis placeres y mis viajes, mis inmodestos hallazgos literarios, y el perfume artístico de los creadores de diversas artes que sigo; y procuro no tener dolor, tomar buenas posturas, vivir la vida cómoda.

Mi madre algunas veces para insultarme me llamaba "comodón".

Nadie se engañe: quiero a mi madre, he tratado de respetarla toda la vida y también la he dado y le sigo dando las mayores alegrías que ha recibido. Pero ya no tiene remedio; a sus 83 años le es imposible encontrar la libertad que una religión de la abnegación, el sacrificio y el martirio la han inculcado.

Parezco un poco tonto yo: escribiendo este libelo a punto de cumplir 59 años, como si acabara de caerme de un caballo.


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