Un viaje instructivo debe ser un tránsito de contrariedades y algún accidente; cuando uno traspasa el territorio que le es propio, tropieza con la otredad: encontrar aparcamiento y alojamiento, higiene, lugares donde, a otros ritmos, depositar los fluidos que no deben alojarse mucho tiempo en nuestro cuerpo, buscar comida, seguridad..., todo son elecciones que tienen su alternativa y su fricción, (especialmente cuando somos tres, el tiempo es limitado y cada uno tiene sus exigencias y prioridades).
En el viaje todo se hace urgente porque surgen muchas cosas que querer ver y no puede perderse demasiado tiempo en deliberaciones y en discusiones. Si se superan (que hasta ahora nunca hemos interrumpido un viaje) se crea un callo de contrariedades viajero, que permite escuchar descalificaciones que no terminan de herir, porque están en el paréntesis de lo viajero; también importan menos, pues no las escuchan vecinos que tomen nota de nuestras debilidades: ese callo nos fortalece y es una satisfacción comprobarlo.
Un viaje instructivo debe ser un tránsito de confusiones; viajar debe ser percibir que hay otros, que son distintos aunque tan iguales a nosotros en aspectos que desconocíamos: los acentos y las querencias. Viajar ensancha el alma, que es permeable a la geología, a la arquitectura (del trabajo de la gente) y a la gastronomía.
Cuenca o Valencia ya no serán meros nombres asociados a informaciones; a partir de este viaje son un poco más nuestras, somos un poco más de ellas.
Catedral de Cuenca con escorzo de iluminación navideña
un poco menos espectacular la Hoz del Júcar (las anteriores vistas eran de la Hoz del Huécar)
Valencia
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