La escritura se inventó para recordar. A mi
edad lo sabemos bien cuando no hemos hecho “lista” y regresamos del
supermercado sin ese par de artículos imprescindibles que nos habían llevado
hasta allí. Yo prefiero fiarme de la memoria para el supermercado y carecer de cosas, pero no dejar nunca de
escribir sobre impresiones y sentimientos, especialmente de algo tan efímero como es el teatro; eso es, además de revivirlo,
atesorar vida.
Además amor con amor se paga y gracias
a las redes sociales puedo intentar hacer llegar a los artistas mi
correspondencia. Si se da bien me devolverán un autógrafo de agradecimiento que
me llevará a retroalimentar mi primera impresión. Hace un año busqué el Facebook
de Carolina Calema y dejé en una especie de buzón trastero que se llama “otros”
(la empresa de Zukerberg te cobra si quieres que vaya directamente a la
“bandeja de entrada” de las personas con las que no hay relación ) el
enlace de mi crítica.
La artista no lo leyó hasta ayer y me ha
mandado una cariñosa respuesta, que me
enorgullece haber excitado. Feliz, he releído mi crítica de entonces y
vuelvo a revivir la obra, como primavera de una flor que reaparece aplanada en
un libro.
Vivimos en un mundo muy diferente de Macondo
donde el único espectáculo y casi la única noticia, era la visita de los gitanos
de Melquiades con sus novedades. Todos los días hay de todo si queremos
buscar. Hasta necesitamos que nos
recuerden las heridas abiertas de la desgracia de Nepal, ahora que ocurrió en Ecuador.
Hoy las vivencias se nos solapan: después de Carolina
yo vi en Olmedo a Los números imaginarios, escuché a Ana Dachs cantar canciones de
Serrat, y también el Museo d'Orsay, al Lazarillo, de Orcajo aparte de
las películas, La Coruña ,
José Mota, músicas, programas de radio, noticias emocionantes... anteayer por ejemplo, descubrí la película La piel quemada.
Muchas veces uno piensa que no ha vivido,
pero sí, y es saludable recordarlo. Uno lo recuerda más vivamente si lo fijó,
porque así lo hizo más suyo. Y yo lo he hecho hoy envuelto en el perfume de un
beso de artista agradecida, con el orgullo de haber abonado o cavado en el
alcorque de su árbol. (Creo que estos árboles, que viven tan a salto de mata,
necesitan muchos cuidados. Siento que aporto algo espiritual, egoístamente me
lo quiero creer).
Me siento reconfortado, como un avaricioso,
recontando los tesoros de mi vida.
Retrogracias, Carolina.
Retrogracias, Carolina.
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