A veces uno necesita un golpe de suerte y lo busca: es lícito.
No suele funcionar; y las expectativas de esa búsqueda generan una frustración añadida a la que se tenía cuando no ha resultado ni el golpe, ni la suerte.
A medida que envejezco voy sabiendo que solo vale concentrarse, agachar la cabeza, deshacer lo mal hecho si se erró, y volver a trabajar humildemente.
¿Por qué, si no soy crédulo de las revoluciones, a veces fío todas mis esperanzas en una quimera con la que he fantaseado?
Supongo que son restos del teísmo que me inculcaron, aderezado con decenas de películas de maravilloso final feliz con las que se pienso que, deliberadamente, se nos ha querido completar el halo de la esperanza de la vida. Puede también que tenga que ver con mi horóscopo: libra, según el cual, siempre para restablecer el equilibrio, el destino echará algo bueno en la otra balanza. Pero tampoco creo en horóscopos, aunque sí en el equilibrio me parece razonable que haya compensaciones: es pura estadística.
Creo que el reconocer que no hay que despejar solares para las esperanzas vanas se asienten, y que es mejor hacer cimientos para que la realidad prospere, es en sí una buena noticia; y me anima.
El cimiento es un trabajo necesario, siempre es trabajoso aunque no se vea, y tampoco garantiza nada bonito, pero cuando uno lo hace se queda más seguro. A la larga acierta.
Voy a contarlo: sabéis que hace poco escribí en un diario digital, pensé que mi artículo suscitaría reacciones que multiplicarían la noticia y al final se sacara ese hermoso calvario de Riocabado de la vera de la rotonda donde "yace". También pensé que redundaría muy favorablemente en las visitas a este blog. No ha sido así, de momento, y me ha decepcionado un poco.
Pero ya lo amortigüé con la revancha. He escrito otro artículo, aunque no espero tanto de él. Es más sano.
Cada cual lleva su..., Juan de la...
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