Joaquín Martínez es coetaneo de Luis López. Comparten ambos el ser hijos de padres que en el franquismo ejercían profesionalmente la autoridad (armada, en último caso).
Martínez, el juglar burlón y contestatario que escapó desde Granada a Londres por haberse metido en una sonora protesta con consecuencias penales, seguramente dio un buen disgusto a su padre que era el Comisario jefe de la policía armada en Úbeda; parecido al que López, el muchacho burgalés que, después de tocar con las yemas de los dedos la sangre caliente de una perdiz roja que acababa de matar cuando quisieron aficionarle a la caza, dijo a su padre que nunca más dispararía ningún arma. Y este hombre, que era general de división del ejército español, le hizo tanto caso al hijo, que hasta lo "libró" de la mili.
Joaquín Sabina y Luis Pancorbo son hondamente letraheridos desde jóvenes. Parecen tímidos y despreocupados, pero fueron auténticos líderes de los grupos musicales y equipo de televisión que dirigen, algo que probablemente traían de sus padres. He leído dos biografías del primero y leeré las que se hagan de Luis, a quien admiro más que a nadie vivo. Mi admiración llega casi al acoso que, gentilmente, todavía me permite.
Estoy leyendo todo lo que encuentro en internet y también los libros que hay en la biblioteca pública de Ávila de Luis Pancorbo (en Béjar no hay ninguno). Ya compraré los que no encuentre. De momento, he descubierto que si estudió periodismo no fue por llegar a la aventura física en lugares recónditos que le ha hecho célebre, sino por puro amor a la palabra, a la literatura. Sus santos juveniles eran Baroja y Cortázar y en poesía transitaba por el -para mí- rarérrimo César Vallejo. (El hijo del general comprando clandestinamente libros prohibidos mientras vivía Franco). Pero en la madurez declara, aunque no cesa de citar por doquier el libro Alicia en el país de las Maravillas, que su santo civil es Joseph Conrad. Algo ha debido de influir su ocupación viajera.
Es una delicia leerle escuchando su voz en mi interior, también leo así a Umbral, a Cela, a Muñoz Molina o a Gabriel García Márquez... (no me gustan el tonillo y los ajás de Vargas Llosa, así que al peruano lo leo sin voz)
Además no descarto que el (río) Manu tenga virtud de abrir la mente. Sería una reacción cortés, progresista, a encontrarte atrapado en una canoa rodeada de incógnito, adelantada por las espumas que hiende la proa y perseguida por una estela que pronto se disuelve en el agua parda. El motor mata el ruido de los choros, unos monos de pelambres rojizas que desaparecen antes de que puedas verles la cara. Parece que te va a sobrar tiempo en esta frágil cárcel de diez metros de eslora y en cambio todo es como siempre, prisa por llegar a algún lado, un médano seco, un playón, antes que la noche dificulte la acampada.
Eso no me da miedo. Conozco de otras veces la incomodidad de la selva nocturna, el unto de calor en una tienda de campaña sin otros ventiladores que las alas de los mosquitos. Lo malo es el peaje, comer de pie espantándote bichos de la cara y del plato, orinar mirando de soslayo, dormir como una roca que resopla como la misma entraña de la noche. Despertarte zumbado por las avispas y proseguir con las vértebras reblandecidas por la humedad. Si no otra cosa, las salpicaduras de la barca van a conseguir a este paso que seas parte del río. Tal vez seas una esponja ambulante y no te has enterado. Añoras el desierto, la sal, el calor. Qué pánfilo. Cualquier cosa te consuela, hasta el recuerdo de la arena, otra fibra lejana de la memoria.
Luis Pancorbo es un hombre muy ocupado; todavía viaja y escribe mucho desde que se jubiló de RTVE como viajero profesional. Tiene cien veces más que contar de la pluralidad del hombre que un literato habitual, pues la ha vivido cien veces más. Y las aventuras que rodean sus reportajes son pura novela; sería un gran despilfarro para los admiradores de los programas no disfrutarlas escritas tan hondamente como el párrafo que acabo de citar.
En nombre del conocimiento y también de la literatura con mayúsculas, deseo a este superhombre larga salud y que conserve todas las facultades intelectuales que tiene. Que toda la que tuvo para primun vivere, le sea correspondida con toda lo que necesite para deinde filosofare.
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