Hay, dentro de la larga historia del dolor, un dato que sólo puede (o pudo, porque se están perdiendo las memorias) llegar a conocerse por fuentes orales. No existe ningún decreto del gobierno franquista de Burgos que autorizara a rapar el pelo a las madres, mujeres, hermanas o hijas de rojos; ni siquiera a las fotogénicas milicianas. Fue una humillación que no se escribió en ningún registro civil, ni figura en las listas de ninguna cárcel.
Durante un año y medio creí que, en San Esteban del Valle, podría entrevistarme con una mujer pelada, una mujer que no había padecido sólo ese castigo, sino que durante 75 años ha tenido serios problemas estomacales por causa del aceite de ricino que le dieron ¡PARA QUE SE CAGARA LAS PATAS ABAJO! mientras la hacían desfilar rapada cantando el “cara al sol” o la salve. No tuvimos suerte; el doctor Alzeimer llegó a visitarla antes que mi grabadora.
Hubo un caso peor, para vergüenza de los nacional-católicos: una joven de Santa Cruz del Valle abortó a consecuencia de esta ingesta. Otro pareado amargo: “ingesta indigesta de la gestante”.
Tengo otra anécdota: una tarde en Santa Cruz del Valle estuve entrevistando a dos ancianos; a uno le mataron a su padre y habían pelado a la madre del otro, pues este último me juraba enfáticamente que si supiera que vivía alguno de los que la pelaron, ahora mismo iba a por él, “o él o yo” y contaba la historia con rabioso sentimiento. Y se puede comprender: el primero se quedó sin padre a los cuatro años y siempre fue un ausente, una referencia de “por qué no tenemos”, “por qué no podemos, hijo...” pero no le dejó un sentimiento, un recuerdo vivo. Sin embargo, el otro vivió con su pobre y abnegada madre, (además viuda desde 1933), vio los sacrificios, el espejo de las alegrías que le dieran los nietos y, finalmente, el irse consumiendo hasta la muerte. Para este hombre representarse que alguien hubiera vejado de aquella manera a la persona más respetable para él, le producía una repugnancia agresiva, que impresionaba en su vehemencia, y achicaba el sentimiento del compañero.
Es, sigue siendo, tan humillante aquello, que casi nadie reconoce que raparan a su madre o abuela. Al contrario; algunos me cuentan que por alguna influencia, o mediante algún pago, su antepasada eludió que pasar por ese trago. Los que suelen contarlo -de los demás- son los no afectados.
Tengo en la retina una foto en blanco y negro muy famosa que estomaga: son unas jóvenes francesas acosadas, rapadas, en paños bastante menores, que habían cometido el delito de enamorarse o tener relaciones con los soldados alemanes. En otro momento seguro que pensé “¡ah! colaboracionistas”.
Ha cambiado mi visión de esa imagen –ahora es terrible- después de haber oído los testimonios de nuestra guerra.
He buscado por internet enlaces pero no he buscado exhaustivamente como para encontrar la foto. También hay fotos españolas, pero para mí todas las víctimas son iguales. El primer enlace una foto sufientemente elocuente. Pero si queréis ver la degradación humana más asquerosa pinchad el segundo. Yo no lo recomiendo, pero lo acabo de descubrir.Ha cambiado mi visión de esa imagen –ahora es terrible- después de haber oído los testimonios de nuestra guerra.
http://observadorglobal.com/los-hijos-del-nazismo-n6256.html
http://visionesdelacrueldad.blogspot.com/2009/03/rapadas-desnudadas-violadas.html
Acabo con otro sentimiento grabado, éste de un agresor: era un niño entonces, y además de familia humilde. Recuerda como las escupían y las apedreaban; él lo hizo, con otros niños, pero como un títere al que personas mayores dirigían y achuchaban para solazarse más con el denigrante espectáculo.“Mire usted, muchas veces he pensado en aquellas pobres mujeres, ¡pobrecillas! pero yo era un niño y me lo mandaban gentes <<respetables>>” Los niños a veces son muy crueles, lo sabemos todos.
Se me ocurre una imagen muy hispana para ilustrar esta crueldad: a veces la hemos visto en espectáculos populares de acoso a vaquillas: valentones, ocurrentes, ¡¡¡cobardes!!!
Imágenes espantosas. Así, con venganza ciega, escribe el ser humano la historia. Un horror.
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