Dicen que estaba destinado al Capitolio, aunque imaginamos que los pasajeros debieron rebelarse al conocer el destino que les aguardaba, pero no debió caer en Pensilvania como dijeron, (alguna película hay), el caso es que anduvo perdido estos años hasta ayer, día de reyes, en el que unos suicidas decidieron estrellarse contra el hermoso edificio. Esta vez no fue un hombre de barbas y turbante, fue un presidente lampiño y recolorao, que nunca tuvo el apoyo de la mayoría del pueblo norteamericano, pero que se comportó como autócrata, increíblemente egoísta, el que, sabiéndose perdedor, azuzó a sus incondicionales hacia el espectáculo más bochornoso de la América más profunda e inculta hacia el mundo entero. Un tipo de estadounidenses que solo necesitan un líder máximo que lo recomiende, para inyectarse en las venas lejía o desinfectante.
Muy recomendable ver hoy la gran película alemana sobre Hitler, "El hundimiento". Otro hombre providencial que desafió las instituciones a base de testosterona gloriosa, y que no anduvo muy lejos de hacerse con medio mundo. Un dictador que también entró por las urnas, al que dejaron llegar hasta el final de sus días, porque nadie era capaz de llevarle la contraria. Creía saberlo todo mejor que nadie y sus golpes de suerte del principio le auparon todavía más en su soberbia.
Claro que este otro falso supermán pelirrojo "enfermó" de Covid y se recuperó en tres días como Jesucristo. Cuánta mentira para caminar sobre un campo de muertos, aumentados por su prepotencia y desprecio por la complicada ciencia, y la simple prudencia. Menos mal que los norteamericanos le han puesto incontestablemente en su sitio, aunque se obstine infantilmente en agarrarse al sillón.
Se nos van a hacer largos estos trece días hasta que lo releven del mando ejecutivo del país más poderoso del mundo. Un país orgulloso de sus viejas instituciones con una capital que se mira a sí misma como el escaparate ejemplar de democracia, invadido por una ganadería de bípedos por gentes con sobrepeso, algunos cuernos y escasa cultura, capaces de llenar de barro la moqueta y de enseñorearse soezmente en los asientos de la catedral de la soberanía popular.
Lo único le agradezco a Trump es que no haya bombardeado a nadie, aunque no lo descartemos todavía: una personalidad así de egocéntrica seguramente sigue creyendo que le regalaron el país para él y en estos trece días puede ser capaz de todo. Para lo que le queda en el convento todavía se querrá cagar dentro.
Esperemos que las instituciones: ejército, cámaras legislativas, poder judicial, hasta su propio vicepresidente, sean capaces de sujetarle los trece días que quedan, y que con el atontamiento del bofetón de este escarmiento podamos salir sin más daños de este peligro.
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