Y ahora somos los mismos: con el mismo peligro, el mismo miedo (quien lo tenga), y las mismas temeridades (quienes las tengan también).
Algún momento había que abrir la libertad para ver qué es lo que nos queda de economía, de sociedad, de cultura y de familia.
Pienso sinceramente que de haberlo hecho en abril las cosas sanitariamente habrían cambiado poco, pero la economía no se hubiera muerto tanto.
Reconozco que es una conjetura mía, un pensamiento "a bulto"; creo que mes y medio de penoso encierro es lo suficiente para la lección de prudencia que necesitábamos.
Yo ni siquiera he besado a mi hija, no he dado la mano a nadie, ni tengo pensado dársela ni besar a nadie, hablaré a distancia hasta que esto se me olvide, y procuraré acordarme de lavarme las manos con jabón cada vez que pueda.
Ya hace días en muchos supermercados no me han exigido que me ponga guantes, y no me los he puesto pero sí me he untado con ese producto que ponen a la puerta, porque lo siguen recomendando.
Creo que un infarto económico requiere reanimación pronta, y esto no se ha hecho, con lo que muchas maneras de vivir de mucha gente se han muerto.
Los incendios forestales se pueden apagar o controlar si la respuesta es rápida y mejor si es rapidísima, y también si hay prevención. Aquí en España, y en general, no se ha hecho, pero al tardar en reaccionar los gobiernos, abrumados por su culpa, tuvieron miedo de reabrir.
El sábado di un gran paseo por Salamanca y, viendo lo que vi, tengo mucha más rabia que miedo. Creo que lo mejor es olvidar la rabia y tener solo el justo miedo, por bien de todos.
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